VARIAE (II): «TODOS LOS CAMINOS VAN A ROMA»: REFLEXIONES SOBRE EL PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LA BIZANTINÍSTICA EN ESPAÑA

¿Qué tal queridos lectores? Ha pasado mucho, mucho tiempo desde que publicamos nuestra última entrada en este espacio dedicado, como todos sabéis, a la difusión de ese apasionante universo que constituye el Imperio romano de Oriente, más conocido por todos como Bizantino. Ha sido un año muy largo, quizás excesivamente, a la par que intenso y principalmente centrado en nuestro trabajo doctoral, el cual nos ha obligado prácticamente en exclusiva a concentrar nuestras energías y atenciones. A pesar de ello nunca nos hemos olvidado de nuestro pequeño rincón, y en más de una ocasión nos hemos preguntado, más que cuándo, cómo o cuál podría ser un regreso apropiado. Estuvimos tentados a realizar una breve crónica sobre nuestra experiencia en la antigua Singidunum (Belgrado), un centro de poder vital en diversas etapas del dominio imperial ejercido sobre amplias áreas de la península de los Balcanes, el pasado agosto del 2016 en el marco del XXIII Congreso Internacional de Estudios Bizantinos, si bien otras prioridades se cruzaron en nuestro camino. Ahora, aprovechando el marco de una conferencia muy especial que tuvo lugar el pasado viernes 24 de febrero con motivo de la asamblea anual de la Sociedad Española de Bizantinística -para quienes no sepáis quienes somos os dejo el enlace a nuestra página web:http://bizantinistica.blogspot.com.es/-, hemos decidido adquirir el impulso definitivo y regresar definitivamente a la actividad, ¿nos acompañáis en nuestra vuelta?

1) Los protagonistas

En este nuestro país, España, en que a nivel social las Humanidades están tan severamente desprestigiadas tanto por la sociedad en general como por los propios poderes fácticos, quienes en más de una ocasión y abiertamente han mostrado su intención de borrarlas del mapa, todavía existen héroes que día a día, con su trabajo y trayectoria, creen, luchan y se sacrifican para intentar que tengan un papel muchísimo más relevante entre nosotros, que es su verdadero lugar. Hombres y mujeres íntegros en la defensa de su vocación, que en su momento fueron pioneros y lucharon por sus ideales hasta abrir un tortuoso camino que, con mayor o menor fortuna, las generaciones que les hemos sucedido hemos tratado y tratamos de seguir. Y sí, aunque en la península seamos muy de homenajes póstumos y escasos reconocimientos, normalmente con una perversa predilección hacia personajes de dudosa reputación, es necesario reivindicar y reconocer a nuestros «mayores» como modelos en los que mirarnos, además de reconocerles y agradecerles su labor, esfuerzo y dedicación a una de nuestras pasiones: los estudios del mundo bizantino.

Tales son los casos, entiendo, de tres de nuestros socios más insignes: Javier Arce Martínez, Pedro Bádenas de la Peña y Ramón Teja Casuso. Nombres que más allá del ambiente académico no dicen mucho, en apariencia tres ilustres desconocidos. Pero nada más lejos de la realidad. Formados en el alma mater de la Universidad de Salamanca durante la década de los sesenta del siglo pasado, sin duda arduos tiempos igualmente para las disciplinas humanísticas en España, estos tres otrora estudiantes de clásicas han sido pioneros en la implantación y desarrollo, junto a otros, de los estudios sobre la Antigüedad primero, Antigüedad Tardía posteriormente y, en épocas más recientes, impulsores de la Bizantinística.

El primero de ellos, Javier Arce Martínez, actualmente «jubilado» al igual que sus dos colegas pero en absoluto retirado de la profesión, historiador, arqueólogo y, en palabras suyas, «entusiasta del mundo bizantino», es autor de numerosas publicaciones científicas relacionadas con muy diversos y amplios temas respecto a la transformación que experimenta en Occidente romano durante la denominada Antigüedad Tardía -ss. IV-VII-, tales como el ceremonial y ritual funerario de los emperadores romanos, los efectos que provocan la sucesiva llegada de los denominados pueblos germánicos o la presencia visigoda en Hispania. En definitiva, todo un pionero a la hora de dotar de entidad a los estudios arqueológicos tardoantiguos en España aprovechando su filiación al Instituto Arqueológico Alemán a pesar de haber desarrollado su magisterio desde el año 2004 en la Universidad Charles de Gaulle-Lille3, en el norte de Francia.

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Javier Arce Martínez, a la derecha de la imagen, impartiendo una conferencia en Valladolid en 2013. Imagen tomada de: http://www.diputaciondevalladolid.es

   El segundo, Pedro Bádenas de la Peña, confiere la nota más discordante a la par que creativa al citado triunvirato. Sin duda una de las personas claves a la hora de entender el progresivo crecimiento experimentado por los estudios bizantinos en España en las últimas décadas, gracias entre otras a sus obras científicas de carácter divulgativo sobre este apasionante horizonte histórico. Sin embargo, su alma de filólogo ha proporcionado al lector amante de la poesía clásica exquisitas traducciones, entre otras, de las Fábulas de Esopo, los Epinicios de Píndaro o el Prometeo Encadenado de Esquilo; si bien uno de los mayores reconocimientos obtenidos, el Premio Nacional de Traducción en 1994, fue gracias a su trabajo sobre el relato medieval de Barlaam y Josafat, un campo el de la literatura bizantina y neogriega sobre el que ha trabajado profusa y prolíficamente, especialmente en verso.

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Pedro Bádenas de la Peña, en una imagen de archivo. Tomada de: http://4.bp.blogspot.com

   Por último, y no por ello menos importante, llega el turno de reseñar brevemente la vita et operae de Ramón Teja Casuso, catedrático de Historia Antigua hasta hace escasas fechas de la Universidad de Cantabria, doctor honoris causa por la Universidad de Bolonia y presidente honorario de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones; ahí es nada y solo es un pequeño esbozo. Desde que redactase su tesis sobre los Padres capadocios entre finales de la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, que fue la primera en leerse en España sobre una cuestión histórica que no estaba relacionada directamente con la península ibérica -la segunda corrió a cargo del anteriormente mencionado Javier Arce y «su» emperador Juliano, mal llamado apóstata-, ha desarrollado una ingente producción científica histórica centrada en los siglos centrales de la Antigüedad Tardía -ss. IV-V- focalizada en múltiples cuestiones, si bien en la mayoría de ocasiones con una íntima conexión con el fenómeno de la religión en general y del cristianismo en particular.

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Ramón Teja Casuso, impartiendo uno de los seminarios del Centro Expositivo Rom en Aguilar de Campoo -Palencia-, en 2015. Imagen tomada de: http://i.promecal.es

2) La crónica

   Hacia las seis y media de la tarde abrió fuego el que hasta el pasado curso había ocupado el cargo de Tesorero -o sakellarios haciendo uso de la nomenclatura «bizantina»- dentro de nuestra Sociedad, Pedro Bádenas de la Peña. Su exposición inicial se centró en recorrer los avatares, para muchos de la bautizada como «tercera generación» de bizantinistas españoles desconocidos, en torno a la gestación del embrión de lo que a partir de 2008 se constituiría como Sociedad Española de Bizantinística. Un camino de casi veinte años que comenzó el 10-11 de mayo de 1981, coincidiendo con el aniversario de la fundación de la capital de la Roma oriental, Constantinopla -acaecida el 10 de mayo del año 330, durante el reinado del emperador Constantino I-, en el marco de las I Jornadas de Estudios Bizantinos que desde entonces, y hasta 1988, tendrían un carácter anual. A partir de dicha fecha y hasta la actualidad, habiendo sido estas últimas -las XVII ya-celebradas el pasado mes de octubre en Málaga, tienen lugar cada dos años. Asimismo, este trayecto iniciado en la década de los ochenta ha puesto de manifiesto, en opinión de Bádenas, una amplia variedad, transversalidad y dispersión temática y cronológica de las tres generaciones de bizantinistas que, hasta el momento, han tomado sucesivamente la antorcha; rasgos, por otra parte, plenamente característicos del universo bizantino. Finalmente, se puso igualmente de manifiesto la visibilidad de la herencia romano-oriental en diversos aspectos actuales de las sociedades greco-eslavas de la Europa del Este, tales como el ceremonial religioso del mundo ortodoxo o el civil que preside muchos de los actos del Presidente de Rusia, Vladimir V. Putin.

Prosiguió en el turno de palabra Javier Arce Martínez, quien comenzó su exposición puntualizando los estrechos lazos existentes entre la Roma «tradicional», cuyo aniversario fundacional es el 1 de abril, y la anteriormente citada Constantinopla, la cual cumple años el 10-11 de mayo. Asimismo, realizó un breve recorrido por el panorama internacional y nacional de la bizantinística durante las últimas décadas, destacando la trascendental influencia anglosajona dentro de la misma, un rasgo que a día de hoy perdura a pesar de la fuerza de otras escuelas, tales como la francesa o la alemana. En su opinión, durante los años ochenta fueron clave las obras del otrora matrimonio Cameron, Alan y Averil, con sus trabajos sobre las facciones circenses y autores como Procopio o Agatías -ambos del siglo VI- respectivamente. En dicho marco, y por lo que respecta a nuestro país, destacó las trayectorias y labor de su «colega» de mesa y predecesor en la palabra, Pedro Bádenas de la Peña, a quien definió como un «apasionado del mundo helénico», y a la que hasta ese mismo día y desde la constitución de nuestra Sociedad en 2008 como dijimos había sido nuestra Presidenta, la filóloga clásica Inmaculada Pérez Martín; cuya estancia en Roma durante la década de los noventa, en opinión del ponente, fue clave para su trayectoria posterior. Como arqueólogo de profesión, Javier Arce no dejó de puntualizar la vital importancia que dicha disciplina tiene para el progreso inmediato de los estudios bizantinos tanto en España como en el resto del mundo, un ámbito para el que se requieren profesionales y que, desgraciadamente, ni se promociona ni se estimula como debiese por parte del ámbito académico y mucho menos desde el institucional. Por último declaró la fascinación que siente por Constantinopla, una característica que hace extensiva a la mayor parte de bizantinistas, siendo un rasgo que considera necesario transmitir y proyectar en las nuevas generaciones para garantizar tanto el presente como el futuro de la bizantinística.

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Inmaculada Pérez Martín, impartiendo una conferencia. Imagen tomada de: http://www.academia.edu

   Continuó en el uso de la palabra el tercer y último invitado, Ramón Teja Casuso, cuyo criterio fundamental fue poner en perspectiva los importantes logros que, en su opinión, se habían ido progresivamente consiguiendo en el seno del ámbito académico nacional no solo por lo que respecta al avance de los estudios bizantinos en particular, sino también en relación a los de la Antigüedad en general, que en la década de los setenta eran casi impensables puesto que la Universidad española era un «auténtico páramo» al respecto. Gracias a la formación en clásicas, actualmente desaparecida prácticamente de los planes de estudios y que en fechas recientes algunas facultades han tratado, con mayor o menor éxito, de reimplantar, una necesidad básica de cara a futuro en su opinión, a comienzos de los setenta fueron apareciendo una serie de «llaneros solitarios» de la Antigüedad que, gracias a su espíritu pionero, fueron introduciendo y consolidando dichos estudios dentro del ámbito académico nacional y permitiendo la creación de puestos y currícula específicos dentro de la enseñanza superior. Dentro de este proceso, los alumnos que salieron de la Universidad de Salamanca durante esos años jugaron un papel trascendental, siendo el propio Ramón Teja y Javier Arce, tal y como dijimos, los dos primeros doctores cuyas tesis abordaban temas de Historia Antigua que no estaban relacionados directamente con la península ibérica. Una de las claves para ello, además, fueron las estancias en el extranjero de las cuales pudieron disfrutar los precursores de dichos estudios en España, rasgo que el propio ponente considera fundamental a la hora de formarse profesionalmente.

Tras disfrutar cada uno de los oradores de su respectivo turno de palabra, el diálogo se volvió más fluido e interactivo, dando lugar a una serie de breves exposiciones en las que procedieron a matizar o ampliar algunos de los aspectos previamente tratados por cada uno de ellos. Así, Javier Arce volvió a hacer uso del parlamento para incidir en la necesidad de crear, dentro del panorama universitario español, un espacio propio para los estudios bizantinos; un aspecto con el que, a pesar de estar de acuerdo todos los presentes, tal y como él mismo señalo plantea importantes dificultades, sobre todo desde la perspectiva institucional.

Pedro Bádenas y Ramón Teja coincidieron en la opinión de que se habían conseguido cosas importantes en nuestro país durante las últimas décadas, especialmente teniendo en cuenta el lamentable panorama desde el que se partió no hace tantos años. El primero destacó, como publicaciones periódicas de referencia dentro del campo de los estudios bizantinos y neo-griegos, las revistas Erytheia -http://interclassica.um.es/index.php/in-ternclassica/investigacion/hemeroteca/e/erytheia-, perteneciente a la Sociedad Cultural Hispano Helénica -http://www.hispanohelenica.org/-, o la más reciente Estudios Bizantinos -http://www.publicacions.ub.edu/revistes/estudiosBizantinos03/default.asp?idioma=es-, uno de los proyectos más importantes en los que se ha embarcado la Sociedad Española de Bizantinística, cuyo núcleo fue el Comité Español de Estudios Bizantinos constituido en Vitoria-Gasteiz en 1988 y que, a pesar del presunto apoyo institucional que debía recibir, nunca más se supo; un aspecto sobre cuyos entresijos y dificultades cada uno de los ponentes nos ilustró con anécdotas variopintas.

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Los ponentes Pedro Bádenas de la Peña -centro- y Ramón Teja Casuso -derecha- escuchan atentamente la intervención de Javier Arce Martínez -izquierda- en un momento de la charla. Foto propia

3) Reflexiones finales

Antes de echar el telón a eso de las ocho de la tarde y proceder a disfrutar de un ambiente más distendido bebida en mano, amén de coincidir en la necesidad de formar a los bizantinistas en el exterior para que sean capaces de coger la antorcha con garantías durante las décadas que han de venir, cada uno de los ponentes procedió a realizar su alocución reflexiva final. Siguiendo el orden previamente establecido, Pedro Bádenas de la Peña destacó la importancia de la vocación dentro de las diversas disciplinas que componen los estudios bizantinos en España, un aspecto que se debe preservar a la par que intentar lavar la «escasa a la par que, en muchas ocasiones, patética» imagen que predomina en nuestro país sobre el mundo romano-oriental, visible por ejemplo en las definiciones de términos como bizantinismo propuesta por la RAE.

Javier Arce incidió en lo «gastados» que están muchos de los temas que actualmente se abordan desde una perspectiva investigadora dentro del mundo romano, muchos de los cuales llevan décadas e incluso siglos volviéndose sobre ellos, a diferencia de lo que ocurre dentro del mundo bizantino, en el cual se hallan una gran cantidad y variedad de aspectos que aguardan a sus investigadores. Dentro de la pasión que caracteriza a los que nos dedicamos a ello, Arce destacó la potencialidad de lo que él considera nuevos horizontes, a par que la necesidad de abrirlos y hacerlos extensivos no solo al ámbito académico, sino a la sociedad en general.

Finalmente, Ramón Teja destacó la estrecha relación existente entre Roma y Bizancio, inseparables una de la otra y especialmente visibles durante los primeros siglos de existencia de la segunda, un período frecuentemente denominado como Antigüedad Tardía y que es básico para comprender muchos de los fenómenos que se van desencadenando en Constantinopla durante los siglos posteriores.

Así pues, creemos que merece la pena compartir con todos vosotros las principales reflexiones que auténticas autoridades en la materia tuvieron la deferencia de compartir con nosotros durante aproximadamente hora y media, gesto que desde aquí agradecemos y a los que dedicamos esta humilde contribución que pone bien a las claras la problemática precedente, los retos presentes y las claves futuras que deben caracterizar, siempre y cuando nos dejen, a los estudios bizantinos en este nuestro país. ¡Esperemos que lo disfrutéis tanto como lo hicimos nosotros!

VARIAE (I): LOS DISTURBIOS O REVUELTA DE NIKÁ DE ENERO DE 532

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Saludos de nuevo queridos lectores y ¡muy Feliz Año Nuevo! ¿Cómo está transcurriendo la denominada «cuesta de Enero»? La nuestra particularmente empinada, pues entre los compromisos familiares propios de las festividades navideñas y nuestras crecientes obligaciones no hemos podido prestar la atención que hubiésemos deseado a este nuestro tan querido espacio; pero es que el deber llama. Para inaugurar este 2016 y compensaros, en parte, por nuestro prolongado silencio, os traemos una entrada conmemorativa del propio mes, que también está en estrecha relación con la incertidumbre política y la creciente conflictividad que azotan y rodean al panorama político español. Así pues nos proponemos a presentar, desde la perspectiva de los principales testimonios escritos que conservamos, los sucesos acaecidos en la capital imperial, Constantinopla, entre el Martes 13 de Enero y el Domingo 18 de Enero del año 532, conocidos como Στάσις τοῦ Νίκα [Stásis toû Níka], el principal episodio de violencia urbana contra el emperador y su administración en la milenaria historia del Imperio. ¿Nos acompañáis?

1) Contexto del levantamiento: los primeros años del reinado de Justiniano I (527-532)

Justiniano I es, sin duda, la figura imperial que domina el siglo VI, no solo debido a que ostentó la púrpura por espacio de 38 años (Agosto 527 – Noviembre 565), sino fundamentalmente por las profundas transformaciones a todos los niveles (especial mención a la compilación legislativa conocida como Corpus Iuris Civilis) o la espectacular expansión territorial que experimentó el Imperio romano de Oriente durante esos años; unas iniciativas que se conocen bajo la denominación de Restauratio Imperii. Sin embargo, en Enero del año 532, los días de esplendor estaban lejos si quiera de ser todavía una sombra.

En Agosto de 527 había sucedido a su tío Justino I (518-527), cuyo logro político más significativo fue solventar, a comienzos de su reinado, la crisis religiosa vigente con Roma (el Papado) desde el último cuarto del siglo V, conocido como Cisma Acaciano. Se trata de un asunto capital para comprender el problemático contexto de la revuelta, así como la implicación e importancia que el factor religioso jugó en su gestación, ya que tío y sobrino favorecieron a aquellos sectores de la aristocracia que compartían el denominado Credo Niceno u Ortodoxia; visión, por otra parte, compartida por Roma que, sin embargo, iba contra los intereses de una parte significativa tanto de la aristocracia como del pueblo de Constantinopla, que durante las últimas décadas del siglo V y especialmente durante el reinado del emperador Anastasio I (491-518) se habían visto favorecidas gracias al manifiesto respaldo que desde el poder imperial se había otorgado a los planteamientos monofisitas[1]. Otro de los factores que había soliviantado a ciertos sectores de las élites constantinopolitanas era el cambio en la ley que, todavía en vida de Justino I (525), había introducido su sobrino Justiniano para poder contraer iustum matrimonium (es decir, matrimonio con arreglo al derecho romano, no concubinato) con Teodora, una mujer de humildes orígenes que había trabajado como actriz en su juventud y a la que la legislación prohibía expresamente, dada su condición, contraer nupcias con cualquier oficial de la administración imperial.

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Representación musiva de Justiniano I y Teodora, perteneciente a la Iglesia de San Vital de Rávena, en Italia. (Fuente: Wikipedia).

 

Al enrarecido clima político y religioso existente en la capital, aderezado por la historia de amor del matrimonio imperial, a quienes amplios sectores denostaban a pesar de la capacidad y genio de ambos -como observaremos a continuación-, habría que sumar la inestable situación, tanto interior como exterior, que envolvía al Imperio en esos primeros compases del reinado de Justiniano I. En Oriente (Siria, Palestina y Egipto fundamentalmente) el ya mencionado enfrentamiento y división entre los partidarios del Monofisismo y la Ortodoxia era mucho más acentuado que en aquellas áreas más occidentales, siendo extensible a la mayor parte de los segmentos de la sociedad, que por motivos muy diversos favorecían la primera de las posturas sobre la segunda. Ello, entre otras razones, provocó el alzamiento en 529 de Juliano ben Sabar, autoproclamado Rey de Israel, quien lideró lo que se conoce como Revuelta Samaritana entre el citado año y el 531, fecha en que fue sofocada por la fuerza de las armas gracias a la inestimable colaboración de uno de los estados árabes aliados del Imperio en la zona, los Gasánidas.

Además, tanto la zona de Mesopotamia como las áreas imperiales más cercanas a Transcaucasia fueron el teatro de operaciones del enésimo enfrentamiento entre el Imperio y su némesis en el área oriental, la Persia sasánida. Hacia finales del 526 estalló lo que historiográficamente conocemos como Guerra Íbera[2] (526-532), un conflicto que Justiniano I heredó de su tío y supo gestionar con relativo éxito a través de uno de sus principales generales, Belisario, quien obtuvo notables avances culminados con las victorias en sendas batallas en DaraAnastasiopolis (Oğuz, Turquía) y Satala (Turquía) en el verano del año 530. El empuje romano fue contrarrestado por la victoria persa en Callinicum (Al-Raqqah, Siria) en abril del año siguiente, lo que motivó que ambos superpoderes entrasen en negociaciones diplomáticas que culminaron en Septiembre del 532 con la denominada Paz Perpetua; siendo por lo tanto Enero del 532, momento de la revuelta, un momento especialmente delicado para el desarrollo de dichas negociaciones.

En Occidente y las zonas más septentrionales las tensiones religiosas eran significativamente menores, pues las provincias localizadas en la actual península de los Balcanes eran mayoritariamente fieles a las tesis ortodoxas y, debido a su mayor cercanía geográfica tanto con Constantinopla como con Roma, el fin del enfrentamiento entre ambas había contribuido notablemente a aglutinar y reconciliar a los diversos segmentos sociales con el poder imperial. Aquí la principal amenaza eran las correrías de diversos grupos «hunos», «búlgaros» o «eslavos» desarrolladas al Sur del Danubio -el hito que determinaba el limes o frontera-, una situación que llevó a Justiniano I a implementar una activa política bélico-diplomática que culminó con el envío de una expedición armada a la península de Crimea en el año 528, la captación de figuras claves entre los diversos grupos bárbaros asentados tanto en las áreas más septentrionales de los dominios imperiales de la zona como más allá del Istro (= Danubio), tal y como el gépida Mundo, nombrado magister militum per Illyricum, o el posterior envío de tropas al Norte del limes al mando de otro bárbaro, el magister militum per Thracias Childubio, entre 531 y 534.

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Representación del Imperio romano de Oriente y la Cuenca mediterránea ca. 530. (Fuente: http://www.vlib.us/medieval/lectures/justinian.html).

 

Toda la problemática señalada hasta ahora, incluidas algunas medidas de reforma fiscal destinadas a acrecentar la carga, constituirían lo que podríamos catalogar como «causas lejanas»; las «causas cercanas» tuvieron unos protagonistas más particulares, los demoi o facciones circenses. En la entrada dedicada al Hipódromo de Constantinopla (http://lumenorientis.com/2015/10/29/tras-las-huellas-de-bizancio-i-parte-el-hipodromo-de-constantinopla/) ya nos referimos a su papel trascendental en el devenir de los eventos deportivos que en el mismo se celebraban -en estos momentos, fundamentalmente, carreras de cuadrigas-; así como a las implicaciones políticas y sociales que los dos principales grupos existentes, Verdes o Prásinoi y Azules o Vénetoi, tenían en la vida cotidiana de la capital imperial. Procopio de Cesarea, uno de los principales testigos de los sucesos, dice al respecto:

«… La población de cada ciudad, desde muy antiguo, estaba dividida entre “verdes” y “azules”, pero no hace ya mucho tiempo que, por estos colores y por las gradas en que están sentados para contemplar el espectáculo, gastan su dinero, exponen sus cuerpos a los más amargos tormentos y no renuncian a morir de la muerte más vergonzosa. Se pelean con sus rivales, sin saber por qué corren ese peligro, pero dándose plena cuenta de que, aun cuando superaran a los enemigos en la pelea, lo que les espera es que los lleven de inmediato a la cárcel y al final los hagan perecer torturados de la peor manera. Lo cierto es que el odio que les brota hacia las personas muy próximas no tiene justificación, y permanece irreductible durante toda su vida, sin ceder ni siquiera ante vínculos de matrimonio, ni de parentesco, ni de amistad, aunque sean hermanos o algo semejante los que defienden colores distintos. Y no hay nada humano ni divino que les importe, comparado con que venza el suyo. Aun en el caso de que alguien cometa un pecado de sacrilegio contra Dios, o la constitución y el estado sufran violencia por parte de los propios ciudadanos o de enemigos externos, o incluso si ellos mismos se ven quizá privados de cosas de primera necesidad, o su patria es víctima de las circunstancias más nefastas, ellos no hacen nada, si no le va a suponer un beneficio a su bando: que así es como llaman al conjunto de sus partidarios. En este fanatismo también se unen a ellos sus esposas, que no sólo secundan a sus maridos, sino que incluso, si se tercia, se les enfrentan, aunque no vayan nunca a los espectáculos ni las induzca ningún otro motivo; de modo que a esto no puedo darle otro nombre que “enfermedad del alma”…»[ 3].

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Representación de una carrera de cuadrigas en la Antigua Roma realizada por el pintor húngaro Alexander von Wagner ca. 1882, titulada «The Chariot Race».(Fuente: http://www.bbc.co.uk/arts/yourpaintings/paintings/the-chariot-race-206325).

 

El relato procopiano es lo suficientemente elocuente como para que, más allá de los detalles literarios existentes, nos hagamos una idea del enconamiento y división que podía existir en las principales urbes del Imperio con la excusa de los eventos deportivos (una circunstancia que podría ser asimilada, salvando las distancias, al hooliganismo o «fenómeno ultra» existente actualmente en el ámbito futbolístico). Dicha filiación, como resulta evidente pensar por otra parte, no era ajena ni a los miembros más prominentes de las aristocracias locales ni tampoco a la propia domus imperial; de hecho Justiniano, debido fundamentalmente a su condición religiosa, era un activo seguidor de los azules (al igual que su tío Justino I), así como Teodora quien, a pesar de simpatizar más con la causa monofisita, odiaba profundamente a los verdes debido al rechazo que habían mostrado hacia su padre, Acacio, quien fue cuidador de fieras en el propio Hipódromo. Ambos datos deben ser muy tenidos en cuenta a la hora de analizar los acontecimientos que, a continuación, vamos a proceder a relatar.

2) Testimonios principales sobre los sucesos: Juan Malalas y Procopio de Cesarea

Antes de pasar a describir los hechos consideramos necesario presentar, aunque sea brevemente, a aquellos autores que han permitido que el relato de los mismos se haya preservado hasta nuestros días. Los dos relatos fundamentales son los proporcionados por el Procopio de Cesarea en su Libro I sobre las guerras que el emperador Justiniano I mantuvo durante su reinado hasta el año 553/4 aproximadamente, titulado Guerra Persa; y por el cronógrafo antioqueno coetáneo Juan Malalas en el Libro XVIII de su Chronographia.

Podemos decir que nos encontramos ante uno de esos episodios procedentes de la Antigüedad Tardía acerca de los cuales tenemos testimonios lo suficientemente variados y de una amplitud tal como para poder decir que se trata de un acontecimiento bien conocido. Por lo que respecta al primero podríamos señalar que, dado el carácter clasicista de la obra de Procopio, así como su finalidad, se trata del relato «oficialista» de la revuelta; si bien, tal y como vamos a poder observar, su valor es incuestionable ya que contiene detalles únicos debido a que, además de ser testigo presencial de los acontecimientos al estar al servicio del general Belisario (por entonces en Constantinopla), nos ofrece un relato «desde dentro» (desde la perspectiva del emperador y sus principales colaboradores). Además, el mismo se ve complementado por algunos detalles de carácter más íntimo en su obra Historia Secreta, que como bien puede deducirse del título, su finalidad principal era relatar aquellas cuestiones que no debían ser puestas en público acerca del régimen de Justiniano I y sus colaboradores más allegados.

En relación al segundo de los relatos, la obra de Juan Malalas tiene un carácter muy distinto al de la expuesta anteriormente ya que, si bien Procopio tiene un estilo muy depurado y fundamentalmente dirigido a que su obra fuese leída por aquellos sectores más cultos, el griego empleado por Malalas podríamos decir que es notablemente «coloquial», siendo su finalidad relatar los acontecimientos para que llegasen al mayor número de personas, siempre y cuando éstas supiesen leer. Además, debido a que su infancia y educación transcurrieron en la ciudad de Antioquía (en la actual frontera entre Siria y Turquía), y a pesar de que recurre a testigos oculares de los acontecimientos, podríamos afirmar que se trata de una visión «desde fuera», más «popular» que, si bien aporta un mayor detalle desde el punto de vista cronológico y de las consecuencias que sobre los principales y más simbólicos edificios de la urbs imperialis tuvo la insurrección, tiene una longitud menor. A pesar de ello se trata de un relato con una gran tradición en la historiografía bizantina posterior, pues del mismo deriva el contenido en la crónica del siglo VII conocida como Chronicon Paschale y en la posterior Chronographia de Teófanes Confesor, correspondiente al siglo IX.

3) Cronología de los acontecimientos

Para reconstruir la secuencia de los sucesos hemos decidido dejar hablar a los relatos de los autores anteriormente expuestos, pues consideramos que sus palabras son lo suficientemente elocuentes como para dar testimonio de los mismos. Nosotros solamente nos limitaremos a dar aquellas explicaciones que consideremos necesarias para que seáis capaces de aprovechar al máximo su lectura, pudiendo siempre contextualizar los hechos.

Sobre el motivo último de su estallido, Malalas afirma lo siguiente:

«En ese año [comienzos del 532] de la décima indicción[4], surgió en Bizancio [Constantinopla] un pretexto para amotinarse causado por ciertos demonios vengadores cuando Eudaimon era Prefecto de la ciudad y tenía retenidos a algunos agitadores de ambas facciones. Tras haber interrogado a varias personas, encontró a siete de ellos culpables de asesinato y sentenció a cuatro de ellos a ser decapitados y a los tres restantes a que fuesen empalados. Después de que hubiesen sido públicamente exhibidos por toda la ciudad y haber cruzado al otro lado [a la zona de Asia Menor, se refiere al estrecho del Bósforo], algunos de ellos fueron ahorcados. Sin embargo, dos, uno perteneciente a la facción Azul y otro a la Verde, cayeron a causa de la rotura del cadalso. La gente que los rodeaba, al ver lo que ocurrió, aclamaron al emperador. Cuando llegó a oídos de los monjes de San Conón lo que había sucedido salieron y encontraron a ambos tumbados en el suelo todavía vivos. Ayudándoles los llevaron hasta la costa y los colocaron en un bote, cruzando nuevamente el Bósforo y llevándolos a San Laurencio, que era un lugar de santuario. Cuando estos hechos fueron conocidos por el Prefecto de la ciudad envió una hueste para apresarlos»[5].

Con la finalidad de disminuir la tensión causada por el suceso, en un momento político especialmente delicado para Justiniano I pues se encontraba en plenas negociaciones con Cosroes I, soberano de la Persia sasánida, con el propósito de terminar con las hostilidades que desde finales del año 526 había enfrentado a ambos contendientes y consumido ingentes recursos, el emperador decidió organizar una nueva jornada de carreras tres días después, sobre la que el mismo Malalas nos señala:

«Tres días después las carreras de cuadrigas conocidas como aquellas del idus [trece de enero en el calendario romano] fueron celebradas. Son conocidas como tal debido a que el emperador ofrece un banquete en el Palacio a todos aquellos que han sido nombrados para el servicio público, otorgándoles a cada uno de ellos la dignidad del primicerius [cabezas de los departamentos administrativos]. Mientras las carreras tenían lugar el 13 de Enero, ambas facciones comenzaron a demandar que el emperador mostrase clemencia para con los condenados. Continuaron rogando mediante cánticos hasta la carrera 22, siéndoles negado cualquier tipo de respuesta. Y el demonio incitó perversos consejos y unos a otros comenzaron a cantarse: “¡larga vida a los piadosos Verdes y Azules!”. Tras las carreras las multitudes salieron [del hipódromo] unidas, habiéndose proporcionado mutuamente una contraseña a través de la palabra Niká, para que se infiltrasen en sus filas soldados o excubiotores [miembros de la guardia palatina]. Y así comenzaron su ofensiva. Hacia la tarde-noche se dirigieron hacia el Praetorium [la sede del prefecto de la ciudad], demandando una respuesta favorable sobre los fugitivos que se encontraban en San Laurencio. Al no recibir ninguna, prendieron fuego al Praetorium. El fuego destruyó el propio Praetorium, la Puerta de Chalke del Palacio hasta las Scholae [barracones de la caballería palatina], la Gran Iglesia [Santa Sofía] y la columnata pública. La gente continuó con su comportamiento incívico durante la madrugada. Al amanecer el emperador ordenó que las carreras tendrían lugar como de costumbre y después de que la bandera fuese izada como era habitual los miembros de las facciones incendiaron el graderío del hipódromo. Parte de la columnata pública, hasta Zeuxippon [termas], fue calcinada. Mundo, Constanciolo y Basilides salieron del palacio con una hueste por orden del emperador, con el propósito de silenciar a la muchedumbre que clamaba contra Juan, apodado el capadocio, el Questor Triboniano y el Prefecto de la ciudad Eudaimon. Los senadores que habían sido enviados fuera del Palacio habían sido testigos de estos cánticos e informaron de ello al emperador. Inmediatamente Juan, Triboniano y Eudaimon fueron despedidos. Belisario salió al mando de una tropa de godos, hubo una cruenta lucha y muchos de los miembros de las facciones fueron reducidos. Sin embargo la muchedumbre se encolerizó todavía más e incendió otras áreas, comenzando a asesinar a inocentes indiscriminadamente»[6].

Plano de la situación del hipódromo

Mapa del distrito palacial de Constantinopla, donde se focalizaron los acontecimientos y se produjeron las destrucciones más significativas. (Fuente: Wikipedia).

 

A partir de aquí el relato de Malalas se centra en los acontecimientos correspondientes a los últimos momentos de la revuelta, por lo que obvia muchos detalles que, por el contrario, sí relata Procopio:

«… Fue por esto por lo que, con la idea de ganarse al pueblo, el emperador (…) nombró Prefecto del Pretorio a Focas [en lugar de Juan de Capadocia], un patriciodiscretísimo él y capacitado de natura para administrar justicia; a Basilides, porsu parte, le mandó desempeñar el cargo de Cuestor [en vez de a Triboniano], siendo como era célebre entre los patricios por su ecuanimidad y apreciado por otras razones. Así y todo, la sedición contra aquellos dos no dejaba de estar en pleno apogeo. Y en el quinto día de dicha sedición, hacia la caída de la tarde, el emperador Justiniano instó a Hipacio y Pompeyo, sobrinos de Anastasio [emperador entre 491 y 518], el que había regido el imperio con anterioridad, a que se fueran cuanto antes a casa, ya por sospechar que se traían entre manos alguna maquinación contra su propia persona, ya porque el destino los llevaba a esa dirección. Pero ellos, temiendo que el pueblo los forzara, como en efecto ocurrió, a asumir el imperio, le dijeron que cometerían una injusticia si abandonaban a su emperador en medio de un peligro tan grande. Al oírlo, el emperador Justiniano dio en recelar todavía más y les ordenó que se marcharan en el acto. De modo que los dos se retiraron a sus casas y durante la noche permanecieron allí tranquilos. Al amanecer del día siguiente, vino a saberse entre el pueblo que ambos se habían marchado de sus dependencias de la corte. Corrió, pues, todo el mundo hacia ellos; e iban ya aclamando como emperador a Hipacio y llevándolo a la plaza para que asumiera el poder, mientras la mujer de Hipacio, María, que era discreta y contaba con una grandísima reputación de prudencia, se agarraba a su esposo y no lo dejaba, al tiempo que entre gritos y gemidos ante todos sus allegados insistía en que el pueblo lo llevaba camino de la muerte. Aun así, arrollada por la muchedumbre, soltó ella contra su voluntad a su esposo, y a él, que también contra su voluntad había ido a la plaza de Constantino, la multitud lo llamaba a ocupar el trono imperial. Y como no tenían ni diadema ni ninguna otra cosa con las que se acostumbra coronar a un soberano, le pusieron un collar de oro sobre la cabeza y lo proclamaron emperador de los romanos. Se reunieron entonces todos los senadores que coincidía que no se habían quedado en la residencia imperial y muchas opiniones expresadas apuntaban a que debían dirigirse al palacio para expugnarlo (…). Los del círculo del emperador estaban indecisos entre dos pareceres: si sería mejor para ellos permanecer allí o darse a la fuga en sus naves. Y se expusieron muchos argumentos a favor de uno y otro. Y Teodora, la emperatriz, dijo lo siguiente: “En cuanto al hecho de que una mujer entre hombres no debe mostrar atrevimiento ni soltar bravatas entre quienes están remisos, yo creo que la actual coyuntura de ningún modo permite considerar minuciosamente si hay que considerarlo así o de otra manera. Y es que para quienes se encuentran en un grandísimo peligro, no hay nada mejor, me parece, que ponerse las cosas lo más expeditas que uno pueda. Yo al menos opino que la huida es ahora, más que nunca, inconveniente, aunque nos reporte la salvación. Pues lo mismo que al hombre que ha llegado a la luz de la vida le es imposible no morir, también al que ha sido emperador le es insoportable convertirse en prófugo. No, que nunca me vea yo sin esta púrpura, ni esté viva el día en que el que quienes se encuentren conmigo no me llamen soberana. Y lo cierto es que si tú, emperador, deseas salvarte, no hay problema: que tenemos muchas riquezas, y allí está el mar y aquí los barcos. Considera, no obstante, si, una vez a salvo, no te va a resultar más grato cambiar la salvación por la muerte. Lo que es a mí, me satisface un antiguo dicho que hay: el imperio es una hermosa mortaja”. Cuando la emperatriz habló así, todos recobraron el ánimo y, decididos ya a combatir, se pusieron a deliberar sobre cómo podrían defenderse en el caso de que alguien viniera a atacarlos (…). Todas las esperanzas del emperador estaban puestas en Belisario y Mundo. El primero de ellos, Belisario, había regresado recientemente de la guerra contra los persas trayendo consigo además una escolta poderosa y considerable, así como un grueso de lanceros y escuderos duchos en el combate y los peligros de la batalla. Mundo, por su parte, tras habérsele nombrado general de los ilirios, coincidió por acaso que se encontraba allí porque se le había hecho venir a Bizancio para cierto asunto, y llevaba consigo a unos bárbaros hérulos»[7].

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«Motín de la Sal en el Kremlin (1648)», por el pintor ruso Ernst Lissner (1938). Podría establecerse una analogía entre los sucesos representados en el cuadro y los narrados tanto por Malalas como por Procopio. (Fuente: Wikipedia).

 

Finalmente regresamos al testimonio de Malalas para narrar el final de la revuelta pues, si bien Procopio lo relata de forma parecida, consideramos que los detalles aportados por el primero dan mayor viveza y agilidad al desenlace. Dice así:

«El día 18 del mismo mes llegó el emperador [Justiniano I] al hipódromo portando los Sagrados Evangelios. Al conocerlo la multitud se dirigió también al mismo para proclamarlo a través de un juramento. Muchos le aclamaron como emperador, si bien otros continuaron con su actitud levantisca, aclamando a Hipacio. La gente tomó a Hipacio y lo llevó al lugar que se conoce como Foro de Constantino. Sentándolo en la escalinata y trayendo un collar de oro y las regalia [vestimentas y objetos que simbolizaban el poder imperial], se las colocaron sobre la cabeza. Y entonces lo tomaron y lo condujeron hacia el hipódromo, intentando sentarlo en el kathisma [palco] imperial, puesto que la muchedumbre estaba ansiosa por tomar las vestimentas imperiales que se encontraban en el palacio para poder otorgárselas. Hipacio sabía que el emperador había abandonado el lugar y, sentándose en el kathisma, valientemente se declaró en manifiesta rebelión. Cuando Mundo, Constanciolo, Belisario y otros senadores, junto con una fuerza armada, rodearon el kathisma por detrás, Narsés, el cubicularius [Chambelán del Palacio, eunuco] y spartharius [comandante de la guardia palatina], se deslizó sin ser advertido y engañó a algunos miembros prominentes de la facción azul a través de un soborno. Parte de la multitud comenzó a alterarse entonces y a proferir cánticos a favor de Justiniano como emperador por toda la ciudad. La plebe estaba ahora dividida y comenzaron a enfrentarse los unos contra los otros. Los magistri militum [Belisario, Constanciolo y Mundo] entraron súbitamente en el hipódromo al mando de una hueste armada y, por ambas entradas, comenzaron a reducirla, algunos con flechas, otros espada en mano. Belisario se marchó inadvertidamente, apresó a Hipacio y a Pompeyo y los llevó ante el emperador Justiniano. Al llegar se postraron a sus pies, arguyendo en su defensa: “Señor, ha sido para nosotros un ímprobo esfuerzo reunir a los enemigos de vuestra majestad en el hipódromo”. El emperador contestó: “Lo habéis hecho bien. Sin embargo, si obedecían vuestra autoridad, ¿por qué no lo hicisteis antes de que ardiese toda la ciudad? Tras la orden del emperador los spartharii [miembros prominentes de la guardia palatina] arrestaron a ambos y los condujeron a prisión. Aquellos que fueron masacrados en el hipódromo llegaron, más o menos, a la cifra de 35.000. Al día siguiente Hipacio y Pompeyo fueron ajusticiados y sus cuerpos arrojados al mar. El emperador anunció su victoria y el fin del levantamiento por toda la ciudad, y comenzó la reconstrucción de aquellos lugares que habían sido quemados. Construyó un granero y cisternas junto al Palacio de modo que hubiese recursos disponibles en tiempos de crisis»[8].

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Ilustración de Raffaele d’Amato en la que aparecen los generales Belisario (postrado) y Mundo (tras éste) ante Justiniano I y Teodora, junto a los regimientos palatinos, toda vez se ha sofocado el levantamiento. (Fuente: s3.amazonaws.com/armstrongeconomisc-wp/2014/01/Nika-Riots-gif).

 

4) Las consecuencias de la revuelta

La supresión efectiva de la revuelta de Niká permitió al emperador Justiniano I terminar con los focos de resistencia, tanto populares como por parte de las élites, que existían especialmente en la capital imperial y afianzar de este modo las iniciativas políticas que había iniciado; tal y como demuestra el hecho de que, además de ajusticiar a Hipacio y Pompeyo como señalamos, enviase al exilio a un número notable de senadores y aristócratas sospechosos de no comulgar con sus ideas gubernativas. Las reformas administrativas, jurídicas e impositivas, combinadas con una agresiva y, en ocasiones, taimada política exterior respecto a ciertos grupos de «bárbaros» y aderezadas tanto con el enfrentamiento religioso como con el fanatismo propio de las carreras de cuadrigas crearon un clima de animadversión propicio que terminó por desembocar en el principal estallido social contra la autoridad imperial de toda la milenaria historia del Imperio.

El reinado de Justiniano I estuvo a punto de terminar, tal y como hemos visto, de forma súbita de no haber sido por el apoyo de sus partidarios más directos, destacando sobremanera el protagonismo de la emperatriz Teodora. Aunque el discurso que hemos reproducido, con toda probabilidad, se encuentra adornado desde el punto de vista literario por la pluma de Procopio, no puede negarse que su influencia fue clave a la hora de trazar el plan que terminó sofocando por la fuerza de las armas la insurrección. Y es que, en los años sucesivos, su protagonismo se reforzó todavía aún más, siendo la primera emperatriz en actuar como soberana, ostentando el mismo rango que su marido en los asuntos de gobierno, tales como las problemáticas religiosas, el despacho de embajadas, etc.; por lo que dudar de su papel fundamental durante el levantamiento nos parece, en cierto modo, absurdo. Tampoco hay que olvidar la importancia de Belisario y Mundo, dos de sus principales generales quienes, gracias a su apoyo inquebrantable tanto suyo como de sus hombres permitieron salir al emperador triunfante de un brete que, de haber prevalecido, podría haber acarreado consecuencias impredecibles para la estabilidad del Imperio.

En el corto plazo Justiniano I afianzó, como ya se ha señalado, su posición como emperador, firmando en septiembre del 532 la Paz Perpetua con la Persia Sasánida y comenzando a planificar empresas de mayor calado. Durante la siguiente década el Imperio experimentó una expansión sin precedentes por la cuenca mediterránea, recuperando los milites imperiales, precisamente con Belisario al frente, plazas tan simbólicas para Constantinopla como Cartago, arrebatada a los vándalos hacia finales del año 533, o la propia Roma tres años más tarde. En cierto modo los disturbios de Niká influyeron decisivamente en la implementación de ambas expediciones, que contaron evidentemente con importantes apoyos en la capital y con pretextos internos en los propios reinos vándalo y ostrogodo que propiciaron la intervención imperial[9]. Es cierto que a partir del 540, debido fundamentalmente al desequilibrio causado por la ruptura por parte sasánida del tratado precedente y, dos años después, a la propagación de la peste negra por el Mediterráneo, el mantenimiento de tantos frentes provocó que el Imperio estuviese sobre-extendido desde el punto de vista de los recursos disponibles, algo que no evitó que ca. 555 Justiniano I enviase tropas a la península Ibérica para apoyar al rebelde Atanagildo frente al soberano visigodo Agila en el marco de la guerra civil visigótica, que terminarían finalmente por quedarse durante casi un siglo; sin embargo, no lo es menos que ca. 538 el emperador había asegurado el problemático limes balcánico con la construcción de toda una serie de fortificaciones, existía un statu quo equilibrado tanto en Transcaucasia como en la frontera oriental merced a la Paz Perpetua con Persia, el Sur de Egipto y la zona del golfo Pérsico, otrora levantisca, permanecía en paz y fluía el comercio y, además, desde Córcega y Cerdeña hasta las costas del Levante, el Mediterráneo volvía a ser el Mare Nostrum. Tal imagen de grandiosidad, aprovechando la destrucción causada por los sucesos de Niká, fue plasmada en el centro del mundo, Constantinopla, cuyo ejemplo más clarividente, que todavía más de 15 siglos después permanece en pie, es la Iglesia (actualmente mezquita) de Santa Sofía, símbolo universal del cénit del reinado de Justiniano I.

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Mapa del Imperio romano de Oriente al fallecimiento de Justiniano I. (Fuente: http://undevicesimus.deviantart.com/art/The-Eastern-Roman-Empire-AD-527-565-491648322).

 

Finalmente, si podemos sacar alguna lección para nosotros mismos, creo que las más importantes serían la importancia de rodearse de gente que crea en ti y, sobre todo, creer en las posibilidades de éxito de uno mismo pues, tal y como le ocurrió a Justiniano I, la línea entre el éxito y el fracaso es muy fina y, en ocasiones, depende del apoyo del círculo íntimo que nos rodea a cada uno. Así que en este 2016 que comienza os deseamos lo mejor y ya sabéis, ¡a perseverar en aquellos sueños que perseguís!

Breve bibliografía (traducciones de fuentes)

* Juan Malalas, Chronographia; Jeffreys, E. et al., The Chronicle of John Malalas, A Translation by, Melbourne, Australian Association for Byzantine Studies, 1986.

* Procopio de Cesarea, Bellum Persicum; García Romero, F.A., Historia de las Guerras. Libros I-II, Guerra Persa, Madrid, Ed. Gredos, 2000.

Otras referencias

* Cameron, A., Circus Factions. Blues and Greens at Rome and Byzantium, Oxford, Clarendon Press, 1986.

* Greatrex, G., «The Nika Riot: A Reppraisal», Journal of Hellenic Studies 117, 1997, pp. 60-86.

* Maas, M. (ed.), The Cambridge Companion to the Age of Justinian, Nueva York, Ed. Cambridge University Press, 2005.

* Meier, M., «Die Inszenierung einer Katastrophe: Justinian und der Nika-Aufstand», Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 142, 2003, pp. 273-300.

* Treadgold, W., The Early Byzantine Historians, Nueva York, Ed. Palgrave-MacMillan, 2007.

[1] El Eutiquianismo o Monofisismo es una herejía de carácter cristológico (desde el punto de vista de la Iglesia) surgida en el II Concilio de Constantinopla (381) y ratificada en el posterior de Éfeso (431) que defendía la existencia de una única naturaleza en la figura de Jesucristo (la divina), negando así su condición humana, mientras que el Credo de Calcedonia (base del Cristianismo actual, tanto Católico como Ortodoxo o Luterano) defendía y defiende la existencia de dos naturalezas, humana y divina.

[2] Nos referimos a la Iberia caucásica, que actualmente correspondería a amplias zonas del Este de la República de Georgia -entre otras-; no confundir con la península homónima.

[3] Proc., BP I, 24, 2-6. Traducción de F.A. García Romero.

[4] La indicción es un sistema de fechación «bizantino» instituido por el emperador Constantino I (306-337) hacia el año 312 que, si bien en origen tenía una finalidad eminentemente recaudatoria, en estos momentos se utiliza para, en ciclos de 15 años, determinar la fecha tanto del nuevo año (a partir del 1 de septiembre) como del año imperial (24 de septiembre).

[5] Iohan. Mal., XVIII, 71. Traducción adaptada desde la edición de E. Jeffreys et al.

[6] Iohan. Mal., XVIII, 71. Traducción adaptada desde la edición de E. Jeffreys et al.

[7] Proc., BP I, 24, 2-6. Traducción de F.A. García Romero.

[8] Iohan. Mal., XVIII, 71. Traducción adaptada desde la edición de E. Jeffreys et al.

[9] En ningún caso consideramos que se tratase de un fenómeno suscitado o agitado por el propio emperador con el propósito de obtener un rédito político, tal y como han sugerido algunos especialistas.

TESTIMONIOS DE BIZANCIO (I): PRISCO PANIOTA, EL HOMBRE QUE CONOCIÓ A ATILA

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Un nuevo mes expira queridos lectores, si se me permite marcado por los luctuosos y convulsos acontecimientos acaecidos en las últimas semanas a lo largo y ancho del globo. Bamako, Beirut, Damasco o París han sido víctimas de terribles episodios de violencia que han suscitado numerosas y contrapuestas reacciones, tanto a nivel nacional como internacional. Mientras asistimos consternados a la encrucijada acción-reacción, desde nuestro pequeño rincón os proponemos aproximarnos a un momento histórico igualmente cambiante y agitado, el siglo V, a través del testimonio de uno de sus principales testigos y relatores del mismo: Prisco paniota. Así pues, desde la perspectiva de sus palabras, además de presentaros a una notable e interesante figura que inaugura otra de nuestras secciones, pretendemos introducir una serie de elementos que, quizás, puedan inducir a ciertas reflexiones que sean de utilidad en el momento actual. ¿Os unís a nosotros en este nuevo viaje?

1) Prisco y su época: un hombre del siglo V

Desafortunadamente para el moderno historiador, los datos de los cuales solemos disponer para conocer la vida y circunstancias personales de la mayoría de autores bizantinos, salvo excepciones, suelen ser escasos y fundamentalmente derivados de sus propias obras. El caso que nos ocupa podría ser considerado una de ellas, pues gracias a la información contenida en la Σοῦδα [Soũda], una obra igualmente bizantina de carácter enciclopédico que data del siglo X, conocemos bastantes datos acerca de su coyuntura vital. Así pues, nuestro protagonista nació en la localidad tracia de Panion (Rumelifeneri, Turquía), situada en la convergencia entre el Estrecho del Bósforo y el Mar Negro, a pocos kilómetros al Norte de la capital imperial, entre los años 410 y 420; por lo tanto, durante el reinado del emperador Teodosio II (408-450). Nada sabemos acerca de su familia, si bien debió de ser lo suficientemente acomodada como para costearle una buena educación, probablemente en la propia Constantinopla, en retórica, filosofía y leyes; desempeñando posteriormente el oficio de abogado. Posiblemente a causa de su talento pronto atrajo la amistad del Comes Maximino, una figura que la historiografía vincula, no de forma unánime, con el homónimo que participó en la comisión de a cuatro encargada de compilar el Código Teodosiano a partir del año 429[1]. De ser así, bien pudo Prisco haberle servido como asistente en dicha tarea, o bien posteriormente haber entrado a su servicio en una de las scrinia (oficinas) a su cargo como magister scrinii dispositonum (uno de los secretarios de mayor rango en la corte imperial, encargado de informar y asesorar al emperador en cuestiones relativas a la impartición de justicia). Sea como fuere lo cierto es que su amigo Maximino le pidió en el año 449 que formase parte del séquito de la embajada que el emperador le había encomendado ante la corte de Atila, rey de los hunos.

Para comprender y valorar la trascendencia de dicha misión es necesario echar un breve vistazo a la situación, tanto interna como externa, del Imperio en esos momentos. El reinado de Teodosio II comenzó de forma súbita en el año 408 cuando su padre, el emperador Arcadio (395-408), falleció repentinamente, dejando como sucesor a un niño de apenas siete años. A pesar de contar con la fidelidad del praefectus praetorii (el principal cargo civil que podía ostentarse dentro de la Administración) Antemio y el compromiso de tutela del Shāhanshāh (Rey de reyes) persa Yezdegard I (399-421), la inestabilidad existente en el corte era manifiesta debido tanto a su minoría de edad como a la creciente acción al sur del Danubio de una antigua amenaza: los hunos. La Confederación huna había llegado al extremo noroccidental de la estepa póntica (más o menos el área equivalente a la Ucrania actual) en torno a la década de los 70 del siglo IV, provocando toda una serie de movimientos poblacionales al norte del Danubio que desembocaron en un conflicto abierto entre una confederación al mando de los godos y Constantinopla que terminó con una aplastante derrota de las tropas imperiales en la Batalla de Adrianopolis (Edirne, Turquía) en agosto del año 378, falleciendo incluso en la misma el emperador Valente (364-378). Las consecuencias de dicho desastre todavía se arrastraban cuando los hunos decidieron iniciar una serie de campañas predatorias en la actual península balcánica durante la primera década del siglo V al mando de Uldin; lo cual propició, además de toda una serie de necesarias reformas militares y administrativas en dicho ámbito, la construcción de uno de los sistemas defensivos más efectivos y que durante más siglos han permanecido inexpugnables en la historia de la humanidad: las murallas teodosianas.

Invasion of the Barbarians or The Huns approaching Rome - Color Painting

Entrada de los hunos en Roma, por  el pintor madrileño José Ulpiano Checa (1887). (Fuente: Wikipedia).

Conjurado momentáneamente el peligro huno Pulqueria, hermana del emperador y devotamente religiosa, se proclamó Augusta por un breve período (414-416) hasta que el propio Teodosio asumió finalmente la púrpura de forma efectiva en 416. Los hunos, que ahora se encontraban firmemente asentados en la cuenca panónica (correspondiente, grosso modo, con la actual Hungría), habían ido aglutinando bajo su dominio a toda una serie de populi (ostrogodos, gépidas, rugios, escitas, sármatas, etc.) que, bajo la fórmula de una monarquía dual (generalmente formada por dos hermanos) y apoyados en su extraordinaria capacidad militar (su arma más letal era su caballería, equipada con el formidable arco compuesto), habían formado una poderosa confederación capaz de pujar con Constantinopla por el dominio de los Balcanes. La presión huna fue creciente durante las décadas de los 20 y de los 30, cuando bajo el reinado de Octar-Ruas (ca. 420-434) fueron capaces de extraer crecientes cantidades de oro de un Imperio romano de Oriente enfrascado ahora en otros conflictos contra los Sasánidas y los Vándalos en el Norte de África. El punto culminante por lo que respecta al predominio huno en los Balcanes llegó durante la década de los 40, ya con Bleda (ca. 434 – ca. 445) y Atila (ca. 434-453) como soberanos. Su primer paso fue extraer un subsidio de 700 libras de oro mediante el conocido como Tratado de Margus (Požarevac, Serbia) del año 435; aumentado hasta 2.100 tras la conclusión de la Paz de Anatolio del año 448. En el ínterin los hunos habían llevado dos campañas de catastróficas consecuencias para el dominio imperial al Sur del Danubio durante los años 441 y 447/8 y Atila había asesinado a su hermano y se había proclamado gobernante en solitario de la Confederación huna ca. 445. En estas circunstancias, y tras recibir Teodosio una embajada del propio Atila demandando el pago inmediato de lo pactado anteriormente así como la vuelta de toda una serie de opositores que habían sido acogidos por el gobierno imperial, el emperador decidió enviar a Maximino, acompañado por Prisco, ante la corte huna.

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La península balcánica en época de Atila. En sombreado se muestran las áreas afectadas por sus campañas y en rojo las ciudades saqueadas. La línea roja representa la división entre ambos imperios. (Fuente: Cambridge Ancient History, vol. XIV).

2) La embajada ante la corte de Atila (ca. 448/9)

Maximino debía comparecer ante la corte huna debido a que su soberano, debido a su extraordinaria posición de fuerza, reconocida de iure en virtud del acuerdo firmado anteriormente, exigía entrevistarse tan solo con aquellos legados del máximo rango; una prueba que, además de constituir un caso excepcional debido al tratamiento diplomático de igualdad que se le reconoce a la Confederación huna mediante la concesión de dicha demanda, nos habla de la importancia que para Constantinopla implicaba la amenaza de Atila. En el mismo sentido podría interpretarse el plan que habían urdido previamente el emperador, su eunuco Crisalpio y Vigilas, intérprete y acompañante tanto de Maximino como de Prisco durante la embajada, para asesinar a Atila en el transcurso de la legación; una estratagema de la que el legado huno, Edeco, estaba al tanto, si bien nuestros dos principales protagonistas eran totalmente ajenos. La misión partió de Constantinopla, dirigiéndose a través de la Via Militaris hasta Serdica (Sofía, Bulgaria), donde efectuaron un alto antes de continuar hasta Naissus (Niš, Serbia), una ciudad en la que pudieron comprobar de primera mano los terribles efectos causados por las campañas de Atila. Desde allí tomaron una ruta secundaria hasta el Danubio, el punto fronterizo (al menos en teoría) entre el Imperio y el Barbaricum, cruzándolo en canoas y dirigiéndose hacia el campamento de Atila, situado en algún lugar indeterminado de la actual llanura húngara (o Gran Alföld), probablemente en la margen derecha del río Tisa.

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Posible itinerario seguido por la legación de de Maximino y Prisco. (Fuente: http://world-news-research.com/).

Una vez allí, y antes de que se les concediese audiencia con Atila, sus subordinados, contraviniendo el protocolo probablemente a causa de tener constancia del complot existente contra su soberano, demandaron explicaciones a Maximino acerca del propósito de su viaje, una información que se negó a darles puesto que sus órdenes eran comparecer ante el monarca huno. Atila se negó igualmente a recibirles y a punto estuvo de fracasar la misión de no ser por la iniciativa de Prisco quien, con la ayuda del intérprete Rusticio, se aproximó a uno de ellos de nombre Scottas y se lo ganó con promesas de presentes; una costumbre, por otra parte, protocolaria en el desempeño de negociaciones diplomáticas. Al día siguiente fueron recibidos en la tienda de Atila, quien, tras escuchar las palabas de Maximino, reaccionó violentamente a la presencia de Vigilas, utilizando así uno de los recursos dialécticos que más frutos le habían dado hasta la fecha: la intimidación. Tras mantener una fuerte discusión, hecho en absoluto habitual en la práctica diplomática, le ordenó regresar a Constantinopla y traer a los refugiados tal y como se había pactado anteriormente, mientras Maximino y Prisco fueron invitados a permanecer en la corte hasta que Vigilas regresase de nuevo. Mientras preparaba su partida junto a Eslas, el diplomático que Atila había nombrado como embajador ante Teodosio II, se les prohibió comprar cualquier tipo de bien que no fuese comida, otra circunstancia excepcional que probablemente nos habla de que los hunos estaban al corriente de las intenciones secretas de parte de la legación romana.

Sin estar al corriente todavía, Maximino y Prisco partieron junto a Atila en un largo viaje por sus dominios septentrionales. Durante el mismo tuvieron ocasión de conocer de primera mano tanto la hospitalidad de los hunos y sus costumbres de vida -entre las cuales, además de agasajarles con comida, se encontraba un presente en forma de mujeres, que Prisco señala rechazaron-; así como los riesgos del camino, pues una tormenta destruyó la tienda en la que dormían y tuvieron que recuperar su equipaje de un lago cercano. Poco antes de llegar a lo que se describe como «cuartel general» de Atila -en algún lugar al Este del río Tisza, en la Hungría actual-, donde incluso uno de sus súbditos más prominentes, Onegesio, se había hecho construir incluso unas termas en piedra, coincidieron con una embajada procedente de Rávena, sede de la corte del emperador occidental Valentiniano III (425-455). Tras llegar a este lugar, además de charlar con sus homónimos occidentales mientras aguardaban órdenes de Atila, Prisco, paseando por las cercanías de su palacio se encontró con un compatriota que le saludó, para su sorpresa, en griego, una prueba del carácter multicultural de la Confederación huna. En un episodio de cuya veracidad se duda entre la moderna historiografía, nuestro protagonista pone en boca de este comerciante ilirio, utilizando el recurso del diálogo, una pieza única de criticismo no solo para con el régimen de Teodosio II, sino también para con la sociedad romana oriental hacia temas tan trascendentales como la esclavitud, la libertad del individuo o los preceptos morales que deberían guiar a dicha sociedad; contraponiendo así la típica y prejuiciosa imagen ofrecida por las fuentes romanas de Imperio = virtud.

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El Banquete de Atila, por el pinto húngaro Mór Than (1870). Prisco aparece representado en la esquina inferior derecha, de blanco, sosteniendo su obra.(Fuente: Wikipedia).

Posteriormente Prisco regresó a sus labores como asistente de Maximino en las sucesivas entrevistas que mantuvo con uno de los principales colaboradores de Atila, Onegesio, a quien hizo entrega de numerosos y protocolarios presentes, así como con una de las esposas de Atila, Hereka, a quien el propio Prisco hizo entrega de los dones enviados por el emperador. En este punto las negociaciones volvieron a estancarse, pues Atila demandaba recibir la visita de una serie de embajadores -Nomo, Anatolio y Senator- que o bien habían dialogado con él previamente o eran los miembros más prominentes del Senado de Constantinopla; una petición que el soberano huno sabía no podía imponer pues la potestad de nombrar embajadores correspondía única y exclusivamente al emperador. Para limar asperezas Atila los invitó a ambos a un banquete en su tienda, donde Prisco da cuenta de los gustos gastronómicos de los hunos, así como del lugar que ocuparon ambos durante la celebración del mismo, un aspecto muy importante y de notable valor simbólico durante las recepciones diplomáticas. Debido a que las negociaciones no avanzaban y ambos protagonistas sabían que estaban siendo retenidos, demandaron ser enviados de vuelta a la capital; petición que les fue concedida tras deber asistir a otras dos cenas, una con la mujer de Atila –Hereka- y otro nuevo banquete en la corte huna. Tras redactar las cartas pertinentes al emperador por medio de un prisionero romano que cumplía las funciones de escribano y agasajados acorde al protocolo con presentes, partieron de vuelta hacia Constantinopla; trayecto en el cual pudieron fueron testigos de la aplicación de uno de los castigos físicos más severos que los hunos aplicaban a aquellos acusados de traición: el empalamiento. Dicha pena estuvo a punto de ser sufrida por Vigilas, el compañero de legación que había sido enviado de vuelta, cuando Atila descubrió el complot para asesinarle, si bien decidió enviarle de vuelta ante Teodosio junto con su oro en señal de deshonra[2].

3) Roma, Egipto y Constantinopla: aventuras tras el viaje

A pesar de no haber tenido un éxito rotundo en su viaje a la corte huna, Teodosio volvió a confiar en Maximino durante la primavera del año 450 para viajar a Isauria -región montañosa situada en la zona suroccidental de la península de Anatolia- con el propósito de intentar negociar con uno de sus principales generales, Zenón el isaurio. Para ello el recién nombrado embajador requirió nuevamente los servicios como asistente de nuestro protagonista, en una misión de carácter muy diferente si bien igualmente importante, ya que Constantinopla no podía permitirse el lujo de dejar estallar una rebelión en un momento todavía delicado con respecto a los hunos. Los rumores de un posible ataque de éstos últimos contra el Imperio de Occidente provocaron un brusco cambio de planes en su agenda, siendo enviados a Roma para comparecer ante Valentiniano III con el propósito de advertirle acerca de dicho riesgo. Ambos regresaron a Constantinopla durante la primavera del año siguiente (451), una vez Teodosio falleció tras caerse de su montura y su hermana Pulqueria se casó con Marciano, un matrimonio que selló la alianza política de ambos y a través del cual se convirtió en emperador -del 450 al 457-. Fue precisamente ese mismo año cuando los hunos avanzaron hacia la Galia, siendo frenados por una coalición de fuerzas lideradas por Flavio Aecio en la Batalla de los Campos Cataláunicos. El recién nombrado emperador también jugó un papel importante en dicho éxito, pues, contrariamente a la política «dialogante» que había caracterizado a su predecesor, Marciano se dedicó a romper los vínculos con los hunos y a hostigar su retaguardia.

A pesar de que la acción principal se encontraba en estos momentos el Occidente, Constantinopla tenía además sus propios problemas en Oriente. Así pues, la siguiente aventura en la que Prisco se embarcó a petición de Maximino fue Egipto, donde éste último fue enviado por Marciano para combatir a las tribus blemíes y nubades en la frontera con Nubia. Tras completar un tedioso viaje por tierra vía Damasco, ambos se reunieron con Ardabur, hijo del principal general del Imperio en esos momentos, Aspar, de cuyo gusto por el mimo y los juegos malabares deja constancia Prisco, además de su personal desaprobación. Ya en Egipto Maximino logró neutralizar la amenaza que para la zona meridional de dicha provincia romana implicaban las incursiones armadas de ambas tribus, logrando que ambas firmasen con el Imperio un tratado de paz para los siguientes cien años -una fecha excepcionalmente larga-. Sin embargo, su repentina muerte en 453 dio al traste con todos los esfuerzos, pues ambos reiniciaron sus actividades predatorias poco tiempo después, motivando que la zona meridional de Egipto fuese un área insegura y problemática durante las décadas siguientes[3].

Egipto

División administrativa y principales ciudades de Egipto durante el siglo V. (Fuente: Wikipedia).

Tras el fallecimiento de su amigo y jefe, Prisco decidió regresar a Constantinopla, navegando por el Nilo hasta Alejandría, donde se encontró con una ciudad sacudida por importantes disturbios a causa de la deposición del Patriarca Dioscorus. En ella se encontró con el sucesor de Maximino, Floro, quien a causa de los mismos se vio obligado a prohibir el reparto gratuito de grano y a cerrar termas y teatros. Sus partidarios monofisitas -herejía cristológica que defiende la existencia de una única naturaleza en Cristo, la divina, mientras que el credo niceno (doctrina oficial del Cristianismo en sus múltiples variantes) defiende la existencia de dos, humana y divina- no hicieron sino enconarse aún más a causa de dichas medidas, lo que provocó la intercesión de Prisco, quien aconsejó al propio Floro apaciguar los ánimos. Cuando éste decidió terminar con las medidas de excepción, Prisco partió hacia la capital imperial con una ciudad ya pacificada[4].

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Mapa de las principales herejías cristológicas existentes en el mundo romano a mediados del siglo V. (Fuente: https://sites.google.com/a/umich.edu/imladjov/maps).

Una vez en la urbs imperialis, Prisco pasó al servicio del Magister Officiorum -equivalente actual al Ministro de Exteriores- Eufemio, uno de los principales colaboradores del régimen de Marciano, una figura ciertamente valorada por nuestro protagonista. Tras el fallecimiento del emperador en 457 y ante los recelos con respecto a su sucesor, León I (457-474), Prisco decidió concluir sus servicios a la administración; si bien continuó viviendo en Constantinopla. Probablemente éste fue el momento en el que se dedicó a enseñar retórica, componer tratados, organizar su correspondencia y redactar su obra principal, su Historia.

4) Unos hechos para la posteridad: la Ἱστορία Βυζαντιακή

Prisco es descrito como un hombre inteligente, prudente y práctico en el ejercicio de sus funciones diplomáticas, así como astuto, sobrio y directo como escritor; tal y como atestiguan la ya aludida Soũda, así como los Excerpta de legationibus romanorum ad gentes et gentium ad romanos, una compilación de carácter anticuarista reunida por orden del emperador Constantino VII Porfirogéneta (913-920/945-959) que recoge los intercambios diplomáticos desarrollados entre Constantinopla y diversos poderes políticos durante los siglos precedentes. Desafortunadamente su obra, descrita como «Historia bizantina y acontecimientos durante el reinado de Atila en ocho volúmenes» o, simplemente «Historia Bizantina/Gótica» -denominación respectiva utilizada por las dos obras anteriormente citadas-, tan solo se conserva de forma fragmentaria actualmente, por lo que muchos detalles acerca de su organización y cronología tan solo pueden ser presupuestos. Los fragmentos conservados recogen los acontecimientos situados entre el advenimiento de Atila y Bleda al trono huno ca. 435 y el asesinato de los generales Ardabur y Aspar -anteriormente citados- a manos del emperador León I (457-474) en 471; si bien un fragmento posterior acerca de la coronación de Julio Nepote (474-475) también podría ser atribuible a nuestro protagonista.

Tal y como hemos señalado, su obra, perteneciente al género de lo que se conoce como historiografía clasicista, estaría compuesta originariamente por ocho libros en total; siendo la cronología que cada uno de ellos cubría objeto de debate actualmente entre los especialistas. Su griego, a pesar de imitar al de historiadores clásicos como Tucídides o Heródoto, es bastante más claro y directo, lo cual sin duda facilitó su lectura entre los círculos cortesanos y aristocráticos de Constantinopla, sin duda su principal público. Su interés fundamental, tal y como hemos tenido ocasión de observar, eran los hunos y las relaciones diplomáticas que el Imperio mantuvo con ellos durante el período que cubre su obra, en las cuales fue protagonista y parte destacada. En la misma no otorga el mismo tratamiento tampoco a todos los protagonistas de los que habla, siendo especialmente hostil contra Crisalpio y Teodosio II, no solo por su política excesivamente complaciente con los hunos a ojos de nuestro protagonista, sino debido al riesgo en el que ambos pusieron su vida y la de Maximino durante el desempeño de su misión ante la corte de Atila. A pesar de hablar también de la división social existente en Oriente a causa de las diversas corrientes cristianas, nada sabemos acerca de sus creencias; si bien tanto su silencio como, sobre todo, sus numerosos años de servicio en la administración imperial puedan constituir pruebas de la profesión del credo niceno, el oficial e imperante en Constantinopla en esos momentos.

Finalmente, la obra de Prisco constituye no solo un testimonio excepcional para poder valorar el devenir histórico del Imperio romano de Oriente durante el siglo V, especialmente desde la perspectiva histórico-diplomática, sino también una obra cargada de importantes y significativos detalles para valorar diversos aspectos de la sociedad romana y poder observar que algunos temas que actualmente están de rabiosa actualidad ya eran objeto de debate entre las gentes hace más de 1.500 años. Es por ello que si disponéis de tiempo y un nivel de inglés fluido os invitamos a leer las traducciones existentes de su obra, pues seguramente podáis descubrir más aspectos que os sean de utilidad e interés. El viaje no termina aquí, sino que acaba de comenzar.

Breve bibliografía (traducciones)

* Blockley, R. C., The Fragmentary Classicising Historians of the Later Roman Empire: Eunapius, Olympiodorus, Priscus and Malchus, Liverpool, Ed. Francis Cairns, 1983, 2 vols.

-en nuestra opinión, la mejor y más completa edición-

* Given, J., The Fragmentary History of Priscus : Attila, the Huns and the Roman Empire, AD 430-476, Merchanteville (NJ), Ed. Evolution Publishing, 2014.

Otras referencias

* Baldwin, B., «Priscus of Panium», en Byzantion 50, 1980, pp. 18-61.

* Blockley, R.C., «The development of Greek Historiogaphy: Priscus, Malchus and Candidus», en Marasco, G., Greek and Roman Historiography in Late Antiquity, Fourth to Sixth Century A.D., Leiden, Ed. Brill, 2003, pp. 289-315.

* Jin Kim, H., The Huns, Rome and the Birth of Europe, Cambridge, Ed. Cambridge University Press, 2013.

* Maas, M., The Cambridge Companion to the Age of Attila, Cambridge (MA), Ed. Cambridge University Press, 2015.

* Treadgold, W., The Early Byzantine Historians, Nueva York, Ed. Palgrave-MacMillan, 2007.

[1] Vid. W. Treadgold, 2007, p. 97; contra R. C. Blockley, 1981, p. 48, quien considera que éste Maximino y el embajador a quien acompañó el propio Prisco posteriormente son dos figuras distintas, puesto que la carrera del citado sería eminentemente civil y la de su amigo, por el contrario, militar.

[2] El extracto realizado corresponde a los fragmentos 10 al 15 de la Historia de Prisco. Para más información vid. Prisc., Fr. 10-15.

[3] Para más detalles vid. Prisc., Fr. 19; 26-27.

[4] Al respecto vid. Prisc., Fr. 28.1.

TRAS LAS HUELLAS DE BIZANCIO (I): EL HIPÓDROMO DE CONSTANTINOPLA

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¿Qué tal ha transcurrido el mes queridos lectores? Desde nuestro pequeño rincón sobre la Historia de Bizancio esperamos y deseamos que haya sido un período bueno y ciertamente provechoso. En la entrada correspondiente a Octubre, tras darle unas cuantas vueltas, hemos decidido inaugurar una nueva sección trasladándonos a uno de los edificios más importantes y destacados de la «civilización bizantina»: el hipódromo de su capital y corazón del Imperio: Constantinopla. ¿Nos acompañáis?

1) Funcionalidad y fundación del recinto

El vocablo castellano «hipódromo» procede a su vez de las voces griegas «ἵππος» ([hippos]=caballo) y «δρόμος» ([drómos]=camino), y según la Real Academia Española se trata del «lugar destinado a carreras de caballos y carros»[1]. Se trata de una tipología edificatoria muy popular y extendida durante toda la Antigüedad en el mundo greco-romano, encontrándose sus orígenes (al menos por lo que a la edificación se refiere) en la Grecia Arcaica (ss. VIII-VII a.C.), cuando ca. 680 a.C. las carreras de carros fueron incluidas en el marco de las Olimpiadas; si bien existen precedentes al respecto en el mundo micénico.

Así pues, el gusto por dicho evento llega al universo romano, como tantas otras cosas, a través del horizonte cultural griego (pasando igualmente por el filtro etrusco); desarrollándose en el mismo, a lo largo de los siglos, las principales características que lo definen y que, a su vez, van a ser las que presidan dichos eventos deportivos en Constantinopla. Por lo que respecta a Roma, aunque existían más modalidades, las carreras de cuadrigas eran las más populares. En ellas participaban diversos aurigae (aurigas) quienes, animados por varios «equipos», se encargaban de gobernar carros de dos ruedas tirados por cuatro caballos o cuadrigae, las cuales debían dar una serie de vueltas a la parte central del recinto (denominada spina) procurando no solo ser simplemente el más rápido sino también estrellar al resto de sus competidores en el transcurso de la carrera, favoreciendo así el espectáculo. Dichos espectáculos se inscribían en el contexto de los ludi circenses o juegos celebrados en el circo (no confundir con el anfiteatro y los espectáculos gladiatorios) y solían celebrarse en fechas preestablecidas.

Carrera de cuadrigas

Representación idealizada de una carrera en el Circo Máximo a cargo del pintor madrileño Ulpiano Checa Sanz con el título «Carrera de cuadrigas» (1890). (Fuente: Encyclopaedia Britanica online [http://kids.britannica.com/comptons/art-126415]).

Por lo que respecta al caso concreto de Constantinopla, los orígenes de su hipódromo se remontan a comienzos del siglo III d.C., tras la guerra civil entre el posteriormente emperador Septimio Severo (193-211) y el pretendiente al trono Cayo Pescinio Níger († 194 d.C.). Tras el duro asedio al que el César sometió a la todavía ciudad de Bizancio entre los años 194-196 (no olvidemos que la refundación de Constantinopla data de mayo de 330 d.C.), probablemente en un gesto de magnanimidad hacia sus habitantes, comenzó la rehabilitación y construcción de toda una serie de edificios públicos, entre los cuales se encontraba el hipódromo.

Sin embargo, no fue hasta la Antigüedad Tardía (ss. IV-VI) cuando Constantinopla y la arena de su hipódromo se convirtieron en el epicentro del mundo romano. La refundación tanto del Imperio como de la Nea Roma (Nueva Roma) llevada a cabo por el emperador Constantino I (306-337) motivó, en consonancia con el embellecimiento y ampliación de la nueva capital imperial, que un recinto que había sido concebido a imagen y semejanza del Circus Maximus de Roma (situado en lo que actualmente sería la Piazza Navona) fuese alcanzando progresivamente su máximo potencial, convirtiéndose en consecuencia no solo en uno de los edificios más amplios y suntuosamente decorados sino también en centro de confluencia principal entre el populus de la urbe y su emperador. En dicho proceso, que más adelante analizaremos, contribuyó decisivamente la creciente importancia del Cristianismo en el devenir cotidiano del Imperio. Y es que a partir del siglo IV los combates gladiatorios, uno de los espectáculos más populares y definitorios del mundo romano, fueron paulatinamente perdiendo popularidad y apoyo tanto por parte de la sociedad como por lo que respecta al emperador hasta ser finalmente prohibidos junto con los Juegos Olímpicos por parte del emperador Teodosio I (378-395) ca. 393. Durante el siglo V las venationes o espectáculos de aniquilación de animales salvajes se mantuvieron como aperitivo de las carreras, si bien fueron igualmente abolidas por el emperador Anastasio I (491-518) en el año 498. Así pues, a comienzos del siglo VI, y hasta comienzos del siglo XIII, el hipódromo de Constantinopla albergó únicamente, desde el punto de vista del espectáculo deportivo, carreras de cuadrigas.

Plano de la situación del hipódromo

Situación del hipódromo en Constantinopla, localizado al sureste de la ciudad. (Fuente: Wikipedia).

2) Rasgos arquitectónicos y programa iconográfico

Por lo que hace referencia a su arquitectura, el hipódromo de Constantinopla constaba de todos aquellos elementos característicos que definían dicha tipología constructiva en el mundo romano. Así pues, en su extremo Noreste se situaban las carceres o arrancaderos, el lugar donde se disponían las cuadrigas de forma escalonada para, al darse la señal oportuna, iniciar la carrera. En Roma tenemos constancia de que la misma consistía en tirar un paño o mappa desde el palco por parte del emperador o de aquel que fuese el anfitrión de los juegos, si bien en nuestro caso se desconoce de forma absoluta cuál era, aunque bien podría haber sido el izado de una bandera desde la denominada Torre de Lisipo[2], situada precisamente en esta parte del hipódromo, decorada por la Cuadriga Triunfal o Caballos de San Marcos, hoy visibles en la catedral epónima, en Venecia. Cada carrera consistía en 5 vueltas (reducida en dos desde la modalidad romana y en más de la mitad desde su homónima griega -12-), y el número total de cuadrigas solía ser par; generalmente cuatro en torno a las cuales se agrupaban los hinchas de las mismas, agrupados en demoi o facciones definidas por un color.

Arrancaderos

Vista infográfica de los arrancaderos o carceres desde la «Grada Oeste», con la columna de Justiniano, la basílica de Santa Sofía y las dependencias del Gran Palacio al fondo. (Fuente: http://www.byzantium1200.com).

La parte más importante del recinto era la arena, situada en la parte central, y dividida en dos por un gran muro profusamente ornamentado que recibía el nombre de spina. En ella se dirimía la suerte de los aurigas, quienes debían afanarse por ser el más rápido al final de las mencionadas cinco vueltas; si bien, en muchas ocasiones, y a pesar de ser deportistas «profesionales» que estaban bien entrenados y recibían el respeto y la admiración de prácticamente toda la sociedad de la capital imperial, el salir vivo de la misma ya constituía un triunfo en sí mismo, puesto que las carreras implicaban un importante grado de peligrosidad. Además, hay que tener en cuenta que, aunque de grandes y visibles dimensiones, la spina no era un muro completamente uniforme, ya que constaba de entrantes y salientes que añadían un plus de riesgo a las mismas. Puesto que el hipódromo, tal y como hemos señalado y vamos a observar a continuación, se trataba de un edificio que cumplía importantes funciones públicas más allá de las carreras y, en cierto modo, constituía un reflejo del poder imperial, Constantino I (306-337) inició un programa de notable dotación iconográfica que consistió tanto en la erección como en el traslado a orillas del Bósforo de toda una serie de elementos arquitectónicos y escultóricos que favorecieron tanto el engrandecimiento como el embellecimiento del recinto. Dicho programa, que no concluyó de forma definitiva hasta mediados del siglo VI (ya con el emperador Justiniano I [527-565]), incluyó una cantidad notable de obras que podría ser agrupada en cuatro grandes categorías: figuras de carácter apotropaico (cuya finalidad era la protección, bien de la ciudad, bien de los aurigas, del emperador o de los propios espectadores), monumentos dedicados a la victoria, imágenes de figuras públicas (notablemente emperadores) y alegorías de Roma[3]. Los más notables, situados en eje Norte-Sur desde los arrancaderos, eran el Obelisco de Teodosio, la Columna Serpentina y el Obelisco de Constantino.

Spina

Vista parcial de la reconstrucción infográfica del aspecto de la spina. (Fuente: http://www.byzantium1200.com).

El primero de dicha tríada se trata también del más antiguo, pues es un elemento reaprovechado para la decoración del hipódromo que originariamente data del siglo XV a.C., concretamente del reinado del faraón Tutmosis III (ca. 1479-1425 a.C.); alzándose al Sur del séptimo pilono del Templo de Karnak, en Egipto. Dicha pieza fue traída desde su localización primigenia a Alejandría a mediados del siglo IV por orden del emperador Constancio II (337-361) para conmemorar sus veinte años de reinado o vicennalia, permaneciendo allí hasta que Teodosio I (379-395) mandó traerlo a su vez a Constantinopla y erigirlo encima de un pedestal, donde aparece en posición oferente con una corona de laurel (símbolo del triufo), en la spina del hipódromo. Sus dimensiones son de 25,6 m. (18,54 si excluimos la base).

El segundo de los elementos se caracteriza igualmente por su carácter de reaprovechamiento, ya que originariamente formaba parte de un trípode de sacrificios situado en el santuario dedicado al dios Apolo en Delfos, confeccionado a raíz de la victoria de las tropas griegas contra las persas en la batalla de Platea (479 a.C.) y que constaba, además de la propia columna culminada por tres cabezas de serpientes (visibles hasta el siglo XVII), de un trípode de oro y un pebetero. Fue traída a la nueva capital imperial por su fundador, Constantino I (por lo tanto con anterioridad a la pieza descrita de forma precedente), midiendo originariamente 8 m. de alto.

Finalmente queremos destacar el segundo de los obeliscos que formaban parte de la spina del hipódromo, conocido como el Obelisco de Constantino. Su fecha de construcción exacta se desconoce pero, a diferencia de los dos anteriores, se trata de una pieza erigida en la propia Constantinopla al parecer por orden del emperador Constantino VII Pofirogénito (913-959), quien además lo decoró profusamente con placas de bronce que narraban las victorias militares de su abuelo Basilio I (842-867), fundador de la dinastía Macedónica. Además estaba originariamente coronado por una esfera, midiendo 32 m. de alto.

Podéis preguntaros queridos lectores el porqué de haber descrito tan sólo estos tres elementos arquitectónico-decorativos; para adivinarlo debéis llegar a la cuarta y última de las secciones. Por nuestra parte, continuamos con la descripción del recinto. Los 450 metros de largo por 130 metros de ancho que se estima lo conformaban estaban rodeados por un amplio graderío o cavea que fue igualmente agrandado por el reiteradamente aludido emperador Constantino I hasta constar de una capacidad aproximada de 100.000 espectadores. Su planta no era completamente rectangular, sino que la esquina Sur del mismo estaba formado por un semicírculo denominado sphendone o rotonda. Otro elemento importante, situado en este caso en la «Grada Este», era el palco o khatisma, el lugar reservado para la familia imperial y los miembros más preeminentes tanto de la corte como del Senado de Constantinopla; tanto o más importante que la arena desde el punto de vista de la política y conectado a su vez con el Gran Palacio a través de un túnel y que, junto a la Basílica de Santa Sofía, conformaba un el triángulo primigenio del poder imperial desde el punto de vista de los edificios.

Hipódromo

Reconstrucción infográfica del hipódromo. (Fuente: http://www.byzantium1200.com).

3) Importancia y significación del recinto

Ciertamente, la función primigenia del hipódromo, tal y como hemos señalado, era la celebración de carreras (fundamentalmente de cuadrigas) en determinadas festividades o en conmemoración de ciertos acontecimientos políticos o religiosos, tales como el ascenso al trono imperial de un nuevo soberano, la celebración de su onomástica, de su cumpleaños, determinadas festividades o incluso con motivo de la consecución de una victoria en el campo de batalla o la recepción de una embajada extranjera en la capital imperial. Por lo tanto, el propio significado de dichos eventos deportivos sufre un cambio notable con respecto a Roma, ya que de ser un negocio privado pasa a ser un espectáculo público cuyo principal garante y patrocinador pasa a ser el emperador.

Además, el hipódromo cumplía una función prioritaria a la hora de celebrar determinados actos ceremoniales o protocolarios donde cada gesto y cada elemento estaban perfectamente sincronizados y calculados y el más mínimo detalle en el sentido contrario podía acarrear importantes consecuencias. Por ejemplo, en la ceremonia de coronación de un nuevo emperador, era costumbre que tras la imposición de los símbolos de gobierno en la iglesia de Santa Sofía (generalmente por parte del Patriarca), tanto el César como su Augusta se dirigiesen al hipódromo para, desde el khatisma, recibir la aclamación (o no) del pueblo de Constantinopla. Dichos eventos permitían por tanto interactuar a la mayor parte del pueblo de Constantinopla (exceptuando los altos círculos cortesanos y senatoriales) con el emperador, constituyendo una herramienta fundamental para reforzar o debilitar, según el caso, el poder y la imagen de un determinado soberano.

Khatisma

Reconstrucción infográfica de la visión del recinto desde el palco o khatisma, también fechable en el siglo X al encontrarse presente el Obelisco de Constantino forrado de placas de bronce. (Fuente: http://www.byzantium1200.com).

El populus, que solía abarrotar las gradas en dichas ocasiones, solía estar organizado en torno a dos grandes facciones circenses denominadas demoi, los Vénetoi o Azules y los Prásinoi o verdes; que a su vez habían absorbido a los Leukoí (Blancos) y Roúsoi (Rojos) respectivamente. Sin embargo, ambas agrupaciones eran mucho más que meras «peñas deportivas» por decirlo así, jugando un papel fundamental en el devenir cotidiano de la capital imperial, pues toda la sociedad de Constantinopla se agrupaba en torno a una u otra dependiendo de su estatus social, su filiación política o incluso su creencia religiosa, existiendo una enconada rivalidad entre ambas que no en pocas ocasiones derivaba en violencia en las calles entre partidarios de una y otra. La identificación con uno u otro color llegaba a tal extremo que incluso los seguidores de cada una de ellas se vestía de una manera determinada o portaba elementos o incluso peinados distintivos, que en cierto modo podían incluso asemejarse a los de algunos enemigos acérrimos de la romanidad, tales como hunos o persas. También los emperadores también mostraban su preferencia por una y otra con base en sus propias filias o fobias, llegando incluso a instrumentalizarlas para conseguir su apoyo en determinadas circunstancias, calmar la situación política o, en caso de extrema necesidad, recurrir a ellas para guarnicionar o defender la capital.

Por todo ello puede considerarse al hipódromo como epicentro de la vida política imperial en su proyección pública. Las propias carreras constituían alegorías del emperador triunfante, siendo la victoria del auriga patrocinado por el emperador un factor muy importante para conseguir el apoyo popular a través de vítores y cánticos durante la celebración de las mismas. Asimismo, como todo en Bizancio, tenían su proyección religiosa, puesto que en determinadas ocasiones se cantaban himnos religiosos e incluso algunos eventos prodigiosos podían llegar a interpretarse como manifestaciones divinas o virginales. Contra lo que pudiera parecer, el grado de tolerancia imperial hacia la expresión pública de determinadas peticiones, ruegos u opiniones con respecto a un rango notablemente extenso de acontecimientos o medidas políticas era ciertamente importante, y el grado de apoyo popular otorgado al emperador a través de la celebración de dichas ceremonias un factor muy importante tanto para la estabilidad interna como externa del régimen.

Sphonde

Vista infográfica de la sphendone o «curva sur» desde la «grada este». (Fuente: http://www.byzantium1200.com).

Si bien la popularidad de las carreras de carros continuó siendo importante hasta comienzos del siglo XIII, fue durante la Antigüedad Tardía (ss. IV-VI) cuando alcanzó su cénit. A partir del siglo VII, cuando el Imperio y la propia capital sufrieron una contracción territorial y poblacional significativa, las celebraciones declinaron lentamente, de forma especial durante el período iconoclasta (ss. VIII-IX) debido al apoyo que las facciones dieron generalmente a la veneración de los iconos. Consecuentemente, las facciones fueron perdiendo progresivamente su importante protagonismo tanto en la vida pública como en la corte, quedando reducidas a un mero factor ceremonial hasta el traslado de la corte imperial al Palacio de Blaquernas en el siglo XII. Hasta el saco de Constantinopla perpetrado fundamentalmente por los venecianos en el marco de la IV Cruzada (1204), el hipódromo continuó gozando de ese importante papel tanto en su faceta pública como deportiva, siendo el lugar de preferido por los emperadores para aplicar castigos, celebrar triunfos (no hay que olvidar que el último triunfo «a la romana» fue celebrado en el mismo cuando Justiniano I [537-565] se lo concedió al general Belisario tras su conquista del Norte de África en 534) y otras ceremonias, muchas de ellas recopiladas en el Libro de las Ceremonias recopilado por el ya mencionado emperador Constantino VII a mediados del siglo X. Si bien es cierto que tras la recuperación de Constantinopla en 1261 por parte del emperador Miguel VIII Paleólogo (1259/61-1282) se llevaron a cabo obras de restauración en numerosos edificios públicos entre los que se incluía el hipódromo, el edificio jamás volvería a recuperar siquiera una pizca de su pasado esplendor.

4) El hipódromo hasta la actualidad

La toma de Constantinopla por parte de los ejércitos cruzados en 1204 puede tomarse como el punto de inflexión definitivo en la vida del hipódromo. Durante el mismo la mayor parte de las riquezas existentes en la capital imperial fueron expoliadas y trasladadas a Venecia especialmente; donde, como ya hemos mencionado, puede hoy día admirarse la Cuadriga Triunfal (en el interior de la Basílica), lugar al que también fueron trasladadas para su fundición las placas que recubrían el obelisco de Constantino. El breve período de historia imperial situado entre la reconquista de la ciudad en 1261 y su ulterior caída a manos de los turcos en 1453 modificó poco su situación, con una Nea Roma muy menguada y cuyos principales edificios públicos fueron paulatinamente dejados a su suerte por falta de fondos para su mantenimiento.

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Detalle del cuarteto original, en el interior de San Marcos desde 1980 para preservar su conservación. (Fuente: Wikipedia).

El período de dominación otomana no contribuyó precisamente ni a su mantenimiento ni a su rehabilitación, si bien es cierto que nada se ha construido en el lugar en el que originariamente se encontraba, la actual Plaza de Sultan Ahmet en el casco histórico de la actual Estambul, a excepción de una fuente octogonal abovedada en estilo neobizantino para conmemorar la visita del Káiser Guillermo II a la Sublime Puerta en 1898. En la explanada adyacente se construyeron importantes mezquitas (como la Mezquita Azul) e incluso algunos de sus elementos, como el Obelisco de Constantino, fueron utilizados por la infantería de élite otomana (los jenízaros) para demostrar determinadas habilidades. Actualmente son visibles in situ los tres principales elementos anteriormente descritos (los dos obeliscos y la columna), mientras que dos basas de las denominadas «estatuas de Porfirio (un legendario auriga que corrió tanto para los verdes como para los azules y en honor de quien se erigieron hasta siete estatuas)» y una parte de las tres cabezas que coronaban la Columna Serpentina son visibles en el Museo Arqueológico de Estambul.

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Aspecto actual de los obeliscos (Teodosio y Constantino), así como de la Columna Serpentina, todos ellos visibles en el área del hipódromo, en Estambul (Turquía). (Fuente: Wikipedia).

La mayor parte de los restos del hipódromo probablemente permanezcan enterrados bajo el pavimento actual, tal y como demuestran las prospecciones llevadas a cabo a mediados de siglo por el director del Museo Arqueológico Rüstem Duyuran; así como las obras llevadas a cabo en dicha plaza en 1993 y cuyos restos fueron trasladados igualmente al Museo. Quizás la sección mejor conservada y más visible sea la curva o sphedone, visible a raíz de la demolición de unas viviendas llevada a cabo durante los años 80 del pasado siglo. Dada su céntrica y turística situación, amén de la significación religiosa del lugar y del tradicional recelo de las autoridades turcas a todo lo bizantino, resulta difícil pensar en una excavación sistemática del lugar en un futuro próximo que nos permita conocer con mayor exactitud sus características y rasgos más significativos. Por el momento tan solo nos queda el pequeño consuelo de pasear por la zona si existe la posibilidad de pasar unos días a orillas del Bósforo e intentar imaginar la atmósfera que debió formarse en los días de su máximo esplendor cuando fue, simple y llanamente, el centro del mundo.

Breve bibliografía

* Bassett, S. G. (1991), «The Antiquities in the Hippodrome of Constantinople», en Dumbarton Oaks Papers 45, pp. 87-96.

* Cameron, A. (1976), Circus Factions: Blues and Greens at Rome and Byzantium, Oxford, Ed. Clarendon.

* Castro H., P (2010), «El Hipódromo de Constantinopla: Encuentros y desencuentros. El imaginario en torno al circo y su poder (s. VI-VII)», en Historias del Orbis Terrarum 4, pp. 33-85.

* Cortés Arrese, M. (coord.), Elogio de Constantinopla, Cuenca, Ed. Universidad de Castilla La-Mancha.

* Guilland, R. (1948), «The Hippodrome at Byzantium», en Speculum 23, nº4, pp. 676-682.

* Mango, C. (1993), Studies on Constantinople, Aldershot, Ed. Ashgate-Variorum.

[1] Vid. http://www.rae.es, sub. Diccionario de la Lengua Española, voz «hipódromo». Disponible en: http://lema.rae.es/drae/?val=hipódromo

[2] Guilland (1948), p. 678.

[3] Bassett (1991), p. 88.

CLAVES HISTÓRICAS SOBRE «BIZANCIO»: PERFILES CRONOLÓGICOS, GEOGRÁFICOS Y (ALGUNOS) RASGOS DEFINITORIOS

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Como se pueden imaginar, queridos lectores, no se antoja tarea fácil condensar más de un milenio de historia en las pocas líneas que nos disponemos a exponer a continuación. Sin embargo, se hace necesaria dicha tarea para poder cumplir el principal cometido que nos hemos marcado desde esta publicación: hacer accesible, a todo aquel que esté dispuesto a iniciar este viaje con nosotros, diversos aspectos de lo que hemos venido en denominar «Universo Bizantino».

Pues bien, la primera pregunta que uno podría hacerse es: ¿Qué es Bizancio? Probablemente la respuesta de cada experto o persona familiarizada con el tema a la que puedan preguntar será diferente ya que, como en la vida misma, existen opiniones para todos los gustos; todo depende del matiz. Sin embargo, todos podríamos converger en tres elementos fundamentales que, entre otros, definió el académico yugoslavo de origen ruso Georg Ostrogorsky en su famoso libro Historia del Estado Bizantino[1]. Serían: una tradición política e institucional de origen romano; el elemento cultural helénico; y, por último, el Cristianismo. Todos y cada uno de ellos forman una tríada clave sin la cual el sujeto histórico bizantino carecería de un sentido global. Evidentemente, a lo largo de su longeva historia, unos elementos pesaron más que otros o tuvieron una importancia más destacada en la sociedad del momento; si bien todos ellos son identificables y perennes desde su momento inicial hasta su ulterior final. Pasemos pues a presentar cada uno de ellos.

1) Tradición política e institucional de origen romano

Por extraño que pueda parecer en la Europa Occidental, donde el fin del Imperio romano está categóricamente establecido en el fatídico año 476 (concretamente el 4 de septiembre), cuando el caudillo hérulo Odoacro depuso al último emperador, Rómulo Augústulo (475-476), Roma perduró en el Oriente mediterráneo durante aproximadamente un milenio bajo lo que actualmente denominamos Imperio bizantino. Y es que, a pesar de ello, tampoco podemos hablar en Occidente de una «caída del Imperio romano», sino más bien de una progresiva transformación debida a la convergencia de una serie de numerosos y complejos factores; pero quizás ello sea motivo de futuros posts. Lo que nos importa ahora es señalar que el término «bizantino», del cual deriva la denominación por la cual se conoce entre los académicos la disciplina que se encarga del estudio de esta realidad histórica: «bizantinísitica», se trata de una concepción moderna y totalmente artificial. Fue el historiador y humanista de origen alemán Hieronymus Wolf (1516-1580), quien se encargó de acuñar y extender entre los estudiosos de dicha materia el término «bizantino» (debido fundamentalmente a una importante labor de edición de fuentes escritas que cristalizaron en el Corpus Historiae Byzantinae); el cuál, a su vez, deriva de la denominación que hasta su refundación por el emperador Constantino I (306-337) en el año 330 (concretamente el 10 de mayo) se conocía a la ciudad de Constantinopla: Bizancio (colonia fundada por Bizas, originario de Megara (Grecia), hacia el año 667 a.C.). Lo cierto es que los «bizantinos» como nosotros los denominamos actualmente, herederos legítimos y únicos de la antigua Roma hasta 1453, en ningún momento dejaron de considerarse y denominarse «Romaioi», es decir, romanos; algo que, a excepción de los poderes occidentales (debido a diversas cuestiones políticas), también consideraron algunos de sus vecinos musulmanes, como los Otomanos, quienes los denominaban «Rumíes». Es por ello que podríamos definir a Bizancio como el equivalente romano en el Mediterráneo oriental durante la Antigüedad Tardía (ss. IV-VII) y la Edad Media (ss. VII/VIII-XV).

Hieronymus_wolf2Grabado de Hieronymus Wolf, uno de los padres de la moderna Bizantinística.

2) Elemento cultural helénico

Quizás tendemos a pensar incorrectamente que la conquista romana de la Península helénica (grosso modo la actual Grecia) durante los siglos II y I a.C. borró todo rastro de helenismo en dicho territorio (y por extensión en el Oriente mediterráneo) tras su incorporación a la República de Roma. Nada más lejos de la realidad. Numerosas costumbres, rasgos culturales y, especialmente, la lengua griega se mantuvieron en ésta área como un elemento cotidiano fundamental. Tras la división del Imperio efectuada por el emperador de origen hispano Teodosio I (378-395) en el año 395 y la fundación de Constantinopla por Constantino I (306-337) en el ya citado 330, todos estos elementos fueron incrementando progresivamente su importancia, especialmente el griego, que tras los drásticos y profundos cambios que tuvieron lugar durante el reinado del emperador Heraclio I (610-641) pasó a ser el idioma oficial utilizado por la administración imperial en detrimento del latín. A partir de entonces, lo que se conoce como «el repliegue de Bizancio» (ss. VII-IX), determinó que el Imperio pasase a focalizarse fundamentalmente en las actuales Penínsulas de Anatolia y Grecia, donde el peso del elemento cultural griego era enorme. A partir de esos momentos las principales manifestaciones literarias y artísticas que encontramos van a estar concebidas desde este horizonte cultural, desarrollándose lo que se conoce como «griego medieval» y llegando al punto de que, en Occidente, con objeto de restar legitimidad al Imperio, se le llegue a denominar peyorativamente como «Imperium Graecorum» (Imperio Griego).

3) Cristianismo

Probablemente a muchos de nosotros, debido a la sociedad producto de la Ilustración en la que nos encontramos, nos sea totalmente ajena la importancia cotidiana que la religión (en este caso el Cristianismo) tuvo en las múltiples sociedades tardoantiguas y medievales. Pues bien, Bizancio no fue ajeno a dicho fenómeno. El Cristianismo, surgido en Palestina durante el final del siglo I a.C. y comienzos del siglo I d.C. debido a la labor evangélica de Jesús de Nazaret, fue ganando partidarios y adeptos a lo largo del mundo romano hasta ser primero tolerada por los emperadores Constantino I (306-337) y Licinio I (308-324) a través del Edicto de Milán (313) y posteriormente declarada como religión única oficial y tolerada gracias al Edicto de Tesalónica (380) decretado por el emperador Teodosio I (378-395). Para ponderar el alcance que tuvo la religión cristiana tuvo en el Oriente mediterráneo bajo soberanía bizantina basta observar que los primeros Concilios Ecuménicos (comenzando por el de I de Nicea en el año 325) tuvieron lugar en diversas localidades del Imperio romano oriental, que los debates teológicos y herejías más destacadas (como el arrianismo, el nestorianismo o el monofisismo) surgieron en este ámbito o que fenómenos como las peregrinaciones o el monacato también dieron sus primeros pasos en esta área y posteriormente fueron importados al Occidente europeo. Asimismo, los principales conflictos a nivel interno que sufre la sociedad bizantina a lo largo de los siglos también van a definirse en términos de posicionamiento cristiano, tales como el conflicto de las imágenes o Iconoclasia (ss. VIII-IX) o la división eclesiástica entre Roma y Constantinopla en el año 1054 (conocido como Cisma de Focio), que perdura hasta nuestros días. Por último, el credo cristiano fue uno de los elementos definitorios que marcaba la frontera entre la «romanitas» y la «barbaritas»; en otras palabras, en ser considerado o no un «ciudadano del Imperio».

Nicaea_icon

Representación iconográfica del I Concilio de Nicea (325).

La importancia de Constantinopla

Aunque no lo hemos incluido en el «triángulo básico», no podemos dejar de reseñar brevemente la gran importancia que durante la milenaria existencia del Imperio tuvo su capital y centro neurálgico del mismo: Constantinopla. Tal y como hemos apuntado anteriormente, su fundación originaria se remonta al siglo VII a.C. por colonos de la polis (ciudad) griega de Megara, si bien el aspecto actual que conserva el casco histórico de la actual Estambul (Turquía) se debe, entre otros, a la obra del emperador Constantino I (306-337), quien tras su victoria sobre su rival orienta Licinio I (308-324) en el año 324 entró en la ciudad y la remodeló por completo, tardando seis años aproximadamente y bautizándola como Nea Roma Constantinopolitana (Nueva Roma). Su situación geográfica, a caballo entre dos continentes (Europa y Asia), así como la orientación eminentemente oriental de los problemas a los que el Imperio debió hacer frente durante los siglos III-IV (Persia Sasánida y Godos, entre otros) motivaron su reconocimiento; consolidado durante el siglo V con su reconocimiento como Patriarcado Ecuménico (tras el Concilio de Calcedonia del año 451). Durante ese mismo período se erigieron las fortificaciones que todavía hoy son visibles y que se conocen como la Muralla de Teodosio (II en este caso, 408-450), constituyéndose así su primera y última línea de defensa que salvó en numerosas ocasiones no solo la ciudad sino también la estabilidad del Imperio y que tan solo sucumbió ante el empuje de los cañones otomanos en la primavera del año 1453. Durante muchos siglos fue la urbe más populosa y cosmopolita del viejo continente, siendo su esplendor comparable, y siempre a cierta distancia, al de la Córdoba califal; llegando durante el siglo VI a alcanzar el medio millón de habitantes y asistiendo a la erección de imponentes monumentos que todavía hoy son visibles, como el caso de Santa Sofía, ejemplo arquitectónico para el mundo musulmán y eslavo. El binomio Imperio-Constantinopla fue indisoluble con la excepción del período comprendido entre el año 1204 y el 1261, cuando tras la toma cruzada de la ciudad la capital se vio obligada a trasladarse a la cercana ciudad de Nicea (actual Iznik, Turquía); de ahí que se considere espina dorsal y corazón del Imperio.

Constantinopla

Reconstrucción inográfica de Constantinopla en torno al año 1200 d.C. en eje Este-Oeste, con el mar de Mármara a la izquierda, el Cuerno de Oro a la derecha y el estrecho del Bósforo al frente. (Fuente: http://www.byzantium1200.com)

Encuadre cronológico

Tal y como advertíamos con anterioridad, no es nuestra intención tampoco encorsetar en las siempre a menudo incómodas costuras del tiempo el período temporal de desarrollo de nuestro «universo bizantino», pues aquí también la variedad es notable y notoria. Así pues, sirvan las pinceladas que apuntamos a continuación como una orientación más que como una aseveración de unos límites que también suelen ser siempre complejos y difíciles de establecer. Podemos considerar por lo tanto que el punto de partida del Imperio romano Oriental se efectúa el 10 de mayo del año 330 con la ya aludida refundación de Constantinopla por parte del emperador Constantino I (existen, como decimos, también otras alternativas); situándose su final el 29 de mayo del año 1453, cuando las fuerzas del sultán otomano Mehmet II (1444-1445/1451-1481) tomaron por las armas la ciudad imperial, dando muerte inclusive al emperador Constantino XI (1449-1453), último de su linaje. Desde el punto de vista academicista suele dividirse este período, a su vez, en otros tres grandes momentos, denominados y organizados de la siguiente manera:

  • Período protobizantino (330-630).
  • Período mesobizantino (630-1071/1204).
  • Período tardobizantino (1071/1204-1453).

A vista de pájaro podemos señalar que el primero de ellos, además de ser el más corto, es en el cuál el Imperio continúa siendo plenamente romano, pues emperadores como Anastasio I (491-518), Justiniano I (527-565) o Mauricio (582-602) tienen una importante preocupación por el Occidente mediterráneo, llegando el segundo de ellos, también conocido por su magna labor en lo que se refiere al derecho, a organizar toda una serie de campañas para restaurar el dominio sobre ellos. El segundo de ellos se inicia hacia el año 630, cuando el Islam comienza a desarrollarse rápidamente y Bizancio debe replegarse ante su empuje en Oriente y el de los pueblos eslavos en los Balcanes, entrando en un período también conocido como los «siglos oscuros» (debido a la notable disminución de los testimonios escritos) y que termina con una nueva expansión del Imperio durante los siglos X y XI, una vez solucionada la crisis iconoclasta, bajo la conocida como dinastía macedonia. A partir de aquí podríamos tener dos hitos marcatorios para delimitarlo: o bien la batalla de Mazinkert (Malazgirt, Turquía) en el año 1071, en el que la derrota de las tropas imperiales marca el punto de partida del asentamiento turco en la Península de Anatolia; o bien el fatídico 1204, cuando los ejércitos occidentales de la IV Cruzada caen sobre Constantinopla aprovechando la división existente en la corte entre varias facciones y establecen lo que se conoce como el Imperio latino (1204-1261). En cualquier caso se trata del período más largo, complejo y heterogéneo de la historia bizantina, en el cual también se pueden efectuar varias subdivisiones. Finalmente, el último de ellos comenzaría en cualquiera de las dos fechas señaladas y terminaría con la ya aludida conquista de Constantinopla en el año 1453; estando caracterizado por la lenta y constante agonía de un Imperio de carácter más regionalista y marcadamente griego.

Marco geográfico

Como epílogo consideramos brevemente la extensión territorial del Imperio, si bien dejando claro al lector que el alcance cultural, político y económico de Bizancio fue mucho más allá de sus fronteras políticas, siendo uno de los poderes mundiales más influyentes a todos los niveles durante la Edad Media. Como ya hemos reiterado, sus fronteras variaron y fluctuaron notablemente a lo largo de los siglos, desde el Danubio hasta las cataratas del Nilo (Eje Norte-Sur) y desde el Cáucaso al Sureste de la Península Ibérica (Eje Este-Oeste) en su momento de máximo apogeo, pasando por amplias zonas del Norte de África, Península Itálica, Europa Suroriental u Oriente Próximo; hasta verse limitado a los alrededores de la propia Constantinopla en sus últimas décadas de existencia durante el siglo XV.

Imperio 565

Mapa de Imperio bizantino en su momento de máximo apogeo, a la muerte del emperador Justiniano I (565). (Fuente https://sites.google.com/a/umich.edu/imladjov/)

Bibliografía básica (en castellano)

* CABRERA, E. (1998), Historia de Bizancio, Barcelona, Ed. Ariel.

* CASTILLO FASOLI, R. D. (2010), Historia Breve de Bizancio, Madrid, Ed. Sílex.

* HERRIN, J. (2009), Bizancio: el Imperio que hizo posible la Europa Moderna, Madrid, Ed. Debate.

* OSTROGORSKY, G. (1983), Historia del Estado Bizantino, Madrid, Ed. Akal.

* TREADGOLD, W. (2001), Breve historia de Bizancio, Barcelona, Ed. Paidós.

[1] Ostrogorsky (1983), p. 27. Citamos aquí el año de la traducción castellana de la obra, ya que el trabajo original (en alemán) es de fecha anterior (1963).